3/8/13

Que no se note que escribes. No mires a cámara. No estás dando las noticias. Nada espera nadie a estas horas, ni el recuento de sombras que llevan a cabo las casas cuando sus ocupantes caen en la desidia. Suenan a monedas de pobre que tintinean a lo lejos. Lo que haces con los dedos no tiene mérito. Tu horizonte amaestrado. Tu circo de deformidades que espera el baño galvánico de las palabras. Deja que se vayan. Volverán mañana o esta noche o tal vez nunca: son tus propios lobos y debes acostumbrarte tanto a su ausencia como a su compañía. Camina como si no tuviera importancia. Tus trajes no son de marca ni los espejos ni tus ideas ni las sábanas ni la garantía de fábrica que te ofrece la memoria. Te llevas el vaso de café a la boca. Millones de años para esto. Y tantas guerras. La civilización duerme. Los motores de los aires acondicionados manejan las horas con su lenguaje subsónico, son los barcos de nadie que se limitan a llevarte al mundo al que perteneces, junto a los envoltorios de los helados que el viento arremolina y a esa sensación de derrota del que acaba de comer y escucha el veredicto de sus tripas avergonzado al comprobar que nada tiene que ver con un piano de cola. No tiene que notarse. No mires. Así.