3/8/13

Pasan las horas y nuestros ojos acompañan al fontanero italiano que incendia de alegría la sangre de Mireia tumbada en la cama y con el verano rodeándola de una luz carnosa, desinteresada y sabia. Nada puede compararse al elegante derroche del tiempo cuando todo parece acariciar una idea antigua o un idioma desconocido que nos coge de la mano y nos indica mundos llenos de champiñones y princesas que quieren ser rescatadas. La vida fluye por sus conductos. Filamentos, antenas, estambres. Todo se regenera y también se prepara para su fin. La lección es trágica. Lo que somos ahora será arrasado. Ni las fotografías podrán soportar el huracán. Pero la mañana no lo sabe, o al menos tiene la delicadeza de no mencionarlo. Pantalla cuatro. Estamos cerca del castillo. Los dedos de Mireia se mueven por los botones. ¿Habrá más dulzuras aguardándonos cuando el invierno nos ponga en fila y nos haga probar su sopa? El sol reorganiza su imperio lejano con lenguas audaces que ramifica por la casa. Somos organismos afortunados que revolotean a las afueras de la realidad.