12/8/13

Los rusos blancos han vuelto al Mediterráneo. Han tardado cien años pero han regresado y hoy los veo por esta parte de la costa que ya casi toca con Francia. Las mujeres parece que hayan estado aquí toda la vida. Miran la bisutería de los puestos de la playa como un jeque observaría un avión de papel en pleno vuelo. Sus hijos están morenos y llevan camisetas de Hollister y las gafas de sol que aparecen en los videos de Mtv. Sus maridos de pelo pajizo lucen Rolex Submariner, Daytonas o pesados mazacotes de oro con brillantes. Por el pequeño paseo marítimo en forma de arco pasan rugiendo sus deportivos de colores inflamados. Demasiado motor para tan poco espacio. Suenan a animales mitológicos encerrados en jaulas ridículas. Los hombres son altos y parecen estar dispuestos a todo. Creo que nunca se fueron. Ninguno de ellos. Han venido de una Rusia que nunca dejó de existir. Aunque parecen tristes detrás de sus copas de vino blanco helado y sus pieles enrojecidas por el sol. Quizá esperen que aparezca un nuevo Tolstoi que le dé gloria a sus vidas, porque, ¿qué sentido tiene todo esto si no es contado, si, jornada tras jornada, el inventario se ciñe solo a la descripción rutinaria de las cosas, al cómputo triste de los tesoros y no al deseo que vive dentro?