12/8/13

Hoy he visto morir a un hombre en la playa. Dicen que era francés. Alguien avisó a los de la Cruz Roja cuando vieron su cuerpo flotando boca abajo. Le sacaron enseguida y trataron de reanimarle. Los socorristas crearon un círculo de gente con toallas en torno a la escena para evitar el inevitable corrillo de curiosos que miran y preguntan qué ha pasado. Después apareció un helicóptero amarillo sobre la playa. Parecía que fuese a aterrizar sobre nuestras cabezas que miraban hacia arriba con las manos sobre los ojos haciendo visera. El aparato tomó tierra en un parque cercano creando una gran polvareda en forma de hongo cuyas paredes se propagaban a cámara lenta en el aire. Un niño dijo que vio cómo salía volando el cartón de los precios de los helados de un chiringuito. Unos hombres con monos naranjas llegaron a toda prisa con desfibriladores. Durante media hora intentaron que su corazón volviera a funcionar. El cerco de toallas solo dejaba ver una parte de sus manos subiendo y bajando, percutiendo contra su pecho desnudo. Aparecieron dos policías con una mujer en bañador negro y un sombrero blanco que sujetaba mientras corría. Llegó a su lado y se llevó las manos a la cara. Los demás mirábamos. Cientos de personas en bañador observando cómo pasa un cuerpo de la vida a la muerte, intentando captar alguna señal, esperando quizá lenguas de fuego que bajasen del cielo u otras manifestaciones cuantificables del tránsito o simplemente tomando notas mentales para cuando llegue la inexacta hora de cada uno. Pero no pasaba nada. La playa se comportaba como siempre. Las olas iban y venían sin ofrecer mayores respuestas. Después sucedió. Uno de los hombres de mono naranja se incorporó y comenzó a recoger su instrumental para volver a meterlo en la mochila reflectante. Otro trajo una especie de sábana blanca de plástico para tapar el cuerpo. Después, los policías improvisaron un cerco de tumbonas para proteger el cadáver de la curiosidad o quizá por respeto, aunque nunca se sabe cuál debe ser el procedimiento ante algo así. La gente se empezó a dispersar, pero yo me quedé un rato mirando aquel cuerpo tumbado bajo una sombrilla. El sudario improvisado tenía una pequeña mancha de sangre a la altura del pecho. En un golpe de brisa, el plástico se levantó de uno de los lados dejando al aire parte de su brazo derecho, inerte, con la palma de la mano abierta y los dedos rígidos y extendidos hacia el mar. En la muñeca tenía un esparadrapo puesto que sostenía una vía ya inútil. A pocos metros una familia tomaba el sol demostrando que todo continúa siempre con o sin nosotros y que, igual que el frío es la ausencia de calor, la muerte solo es el fenómeno físico por el que nombramos a la falta de vida.