29/8/13

Estaba tomando café y entró esa mujer. Hace dos días que voy a la cafetería del supermercado que está a pocos metros de mi parada de autobús. A las nueve de la mañana el público suele llevar traje, beber deprisa y no mirar a nadie. A mi me gusta tomarlo despacio y aprovechar el estatismo adormecido para colarme en la vida de los que me rodean en ese momento, como la chica que atiende en el mostrador de pastelería y deposita las bandejas de napolitanas con crema en la barra para que Gladys, la camarera, le diga: gracias, amor; y después las coloque en unos platos pequeños protegidos por un cristal. De pronto apareció esa mujer. Llevaba unos shorts plateados, tacones de plataforma y un top rojo. Saludó a Gladys y pidió un café. Es normal que todos los hombres que habitualmente no levantan la vista más allá de la pantalla de sus móviles la miraran. Debo decir que junto al supermercado, a escasos metros, hay una sauna que creo que abre desde muy temprano. ¿Quién quiere sexo a las nueve de la mañana? Desde luego, ninguno de los que tomaban café en el bar parecían quererlo o ser clientes habituales, aunque si abre a esas horas supongo que no lo hará por capricho. Muchos de esos tipos (u otros) con corbata harán un alto en sus agendas fingiendo una reunión inesperada y acabarán metidos en un jacuzzi con la chica del top tan ajustado. Pero estábamos allí y todo era tan real como el bufido de la máquina que dejaba caer un chorro brillante y oscuro en las tazas. Al final solo éramos gente que toma café y piensa en sus cosas antes de comenzar la jornada.