26/8/13

En la playa del Castell (ayer) me doy cuenta que el verano es de las lesbianas de pelo blanco que toman el sol desnudas y se dan la mano mientras los niños surfean en la orilla con tablas compradas en palacios que huelen a plástico. Por eso levanto la vista al cielo y te busco, Señor, para agradecerte la perfección que ofrece la realidad: nada de guiños precocinados ni posturas aprendidas en anuncios, solo personas normales en su rotunda diferencia, gente que ha peleado con monstruos y sonríe con fuerza celebrando un día de justicia para sus sentimientos, gente que duerme, que lleva gafas, tatuajes, grasa, desventuras, viajes en solitario o con muchos: rebeldes, idiotas, hechizados, cuerpos que nacieron aquí por error pero pertenecen a planetas que no podríamos nombrar sin que la voz nos temblara. Comemos bocadillos de pan reblandecido en un chiringuito sin nombre. La gloria sabe así. Por fin. He tenido que hacer millones de kilómetros para darme cuenta, Señor, el camino ha sido largo pero recibí tus señales: esas cometas rojas y los cuerpos desnudos que se alegraban de vivir tras las rocas. Bendícenos a todos los que estamos aquí y haz que la tramontana se nos cuele por dentro como si fuésemos pasillos en vez de pozos secos. Que los vasos de plástico caigan al suelo, si es que así lo quieres, pero deja que nuestra sangre se llene hoy de islas de espuma y cánticos vulgares que huelan a cerveza, entonados por una tripulación que ve tierra después de siglos de oscuridad.