29/6/13

Son casi las tres de la mañana y hasta hace un rato leía Kokoro, de Natsume Soseki. Cuando mi mujer y mis hijas se van unos días a la playa por estas fechas, la casa solo me tiene a mí, que es como tener muy poco o a lo sumo un vigilante de museo que no interfiere en su silencio y se queda quieto en un rincón esperando que pasen las horas. Estaba ya en la cama y pensaba en lo importante que son las zonas oscuras en la escritura. Los japoneses son muy buenos construyéndolas y colocándolas en los lugares adecuados. Kokoro es un gran libro sobre el amor y el tiempo. Me resulta admirable la espiritualidad cotidiana que demuestra Soseki y con la que te lleva a distancia prudencial en cada página para luego pasar a otra sin darte cuenta, haciéndote creer que cruzas un puente. Ese ambiente (la minuciosa textura que desarrollan sus palabras) me hizo saber de quién aprendió Murakami cuando escribió Tokio Blues: hay una cadencia similar y el mismo cuidado en las zonas sombrías, también esa sensación de que no pasa nada y a la vez todo fluye. No sé. Ojalá pudiera explicarlo mejor. Estaba en la cama y pensaba en todo esto mientras me venían las últimas imágenes de lo leído a la cabeza y se mezclaban con lo que quería escribir yo. Una casa vacía es una trampa literaria que atrae fantasmas de cualquier época y continente. A ver si ahora consigo dormir un rato.