14/6/13

La emoción es la que maneja el calendario, no yo. Se sienta en mi mesa y reconstruye con voz hermafrodita. Me mira como diciéndome: tengo alas y las puedo desplegar. Mi cara de asco no la cohíbe. La ataría con cinta americana para que no lo hiciese. ¿Qué sabes tú de 1973 o de las veces que me he equivocado? Si quieres misterio te has confundido de casa. Pum. Mi derechazo en su nuca hace llorar a todos los unicornios de los cuentos a la vez. Me atacas por la espalda, dice entre babas. Sí, como tú a mí, le respondo. Y ahora vas a levantarte de mi silla y me vas a dejar cabalgar en círculos por donde quiera, pero antes llévate tus retablos y tus adverbios de tiempo, empezando por ayer. Quiero que desaparezcan esas hileras de bombillas: el bosque está bien como está. Se pone en pie despacio. Desearía que inmortalizase su movimiento. El problema de la emoción es que nunca descansa de su cargo. Cree que cualquier acto debe trascender. Para ella hasta la levadura es mágica.