13/6/13

Cuando murió Franco yo tenía nueve años. Aquel día no fui al colegio y me pasé la mañana jugando al scalextric. Meses después empezó a haber carreras por las calles. Una tarde, mi madre me dijo que nos metiésemos en un portal. Estaba oscuro y recuerdo su brazo protegiéndome. Con el ojo que no me tapaba pude ver gente de pelo largo corriendo perseguidos por policías con uniforme gris. Después el barrio se llenó de pintadas. Pasaban coches con megáfonos y tiraban octavillas con la cara de un hombre muy repeinado que sonreía. Ese hombre llegó a presidente y dejó de haber carreras. Mi padre, después de comer, se lamentaba del estado de las cosas y hablaba de los buenos tiempos que había vivido. Todas las casas de España estaban llenas de huérfanos como él que sentían nostalgia de una época que parecía morir. Después llegó un tipo que llevaba chaquetas de pana y parecía no tener nada que ver con su antecesor. Los improperios de mi padre se acrecentaron pero yo ya empezaba a poner distancia con su pensamiento y, en mi minúscula intimidad, celebraba su advenimiento junto con otros signos externos que le daban más consistencia a lo que sentía por dentro. En mi vida empezaron a pasar cosas más importantes que la política y los telediarios. Me desconecté. Había otras urgencias que poco tenían que ver con las abstracciones que suponen la construcción de un país. Al de la chaqueta de pana se le empezaron a teñir las sienes y también el discurso. Llegó otro que nada tenía que ver con él. A mi padre se le veía más contento. Su programa político era simple como un ladrillo: por eso triunfó. A su caída llegó un hombre anodino con pinta de dependiente de menaje del corte inglés. La Tierra tembló y trajo a otro que decía que todo volvería a ser como antes. La España inmensa de la nostalgia le dijo que sí, aunque tras la coronación nadie se atrevió a decir que el emperador iba desnudo intelectual y políticamente: un funcionario asustado con una corona demasiado grande. Ahora estamos exactamente aquí, donde está la cruz en el mapa, pero ha llovido tanto que las líneas están desdibujadas y solo se oyen los ecos del pasado que dicen: vuelve a lo que conociste, allí estarás a salvo.