14/6/13

Asumido ya por todos que los partidos políticos mayoritarios de este país son empresas cuyo único fin es perpetuarse y conseguir el máximo enriquecimiento, nos encontramos ante un gravísimo problema: venden un producto que nunca han fabricado ni del que tienen patente alguna, aunque retóricamente se empeñen en convencernos de lo contrario. La marca España es nuestra. La hicieron nuestros padres y los padres de sus padres. Es el único patrimonio que tenemos. Esté ahora convaleciente o moribunda, agujereada o desaparecida, haya crecido deforme o sea la hermana boba de Europa, nos pertenece. No a los ocasionales gestores que se disfrazan de ángeles custodios de la patria. No a los nuevos buscones. No a su corte de masticadores de retórica que quieren confundirnos con sus palabras. Es nuestra. Cuando nos convenzamos de que lo es, quizá cambie nuestro destino y dejemos de ser un país de toreros, policromías rancias y grasa de taberna petrificada y alcancemos una nueva identidad digna de entrar sin sonrojo en el futuro. Ha quedado claro que en el nuevo orden la economía es la carne y la política las patatas. ¿Qué cara quieren que pongamos esos políticos cuando nos ponen delante un plato que, además de una raquítica tajada reseca, viene con las patatas quemadas?