13/5/13

¿Y si la culpa de casi todo lo que nos pasa la tuviera Julio Iglesias? Nuestros corruptos de hoy crecieron escuchando sus canciones y le eligieron como superhéroe sentimental y referente sexual de una época en la que medio país ponía pegatinas de Snoopy con la bandera de España en su Ford Fiesta, mientras el otro medio las arrancaba. El cantante gozó de la aprobación del establishment que, mientras con una mano le aplaudía, con la otra ponía a buen recaudo a sus hijas. Pero su principal aportación a nuestra cultura consistió en modernizar los viejos pilares de nuestra picaresca. Se podía ser un truhán y un señor, siempre y cuando tu aspecto fuese impecable, hablases como si tuvieses algo raro en la boca, estuvieses moreno todo el año y reconocieses que el dinero es la única vara para medir a las personas. Él enseñó a toda una generación que el único problema de engañar a alguien es hacerlo sin clase. Tras la muerte de Franco, se puso de moda un nuevo perfil de hombre que no tenía por qué ser fiel, que no tenía por qué haber hecho oposiciones ni pertenecer a la gran clase media de los compradores de utilitarios. Del landismo pasamos al julismo. El camino para escalar a la cima social abría un nuevo y reluciente atajo lleno de gomina, palabras huecas, dinero fácil y sueños de reconocimiento más allá de nuestras fronteras. Los grandes corruptos de hoy le deberían rendir homenaje. Su patrón estético y su guía moral se la deben a ese quijote de un tiempo que hoy, desgraciadamente, vuelve a no tener edad.