14/5/13

La libertad también tiene sus propios Torquemadas, o quizá sea que está de moda un cierto puritanismo de minorías que vela por la más mínima infracción lingüística que podamos cometer en su contra. Los extremos siempre acaban llevando a la cursilería. Por ejemplo, los que nos escuchan decir “negro” en vez de “persona de color” y ya creen que por las noches montamos a caballo con antorchas y capirotes blancos en busca de una cabaña que incendiar. O por decir “moro” en vez de recurrir a su nacionalidad específica, que en la mayoría de los casos desconocemos. Serían capaces de cambiar la denominación de la fiesta de Moros y Cristianos por la de Ciudadanos del Magreb versus Seguidores de Cristo. Parece que escribir ciertas palabras o pronunciarlas en público atente contra los sagrados principios de la dignidad humana. Vuelvo a lo de antes. Da pena comprobar cómo los especialistas en ver la paja en el ojo ajeno no descansan hasta encontrar en nuestro comportamiento signos evidentes de racismo, sexismo, xenofobia y demás enfermedades reprochables. Incluso decir que alguien es gay puede resultar ofensivo porque quizá lo correcto sería utilizar el término homosexual, aunque con cuidado: la más mínima irregularidad, titubeo o matiz dudoso en su entonación será analizada al microscopio y utilizada en tu contra. A estos inquisidores de salón les recordaría que la mayoría de las veces la intransigencia está en su cabeza y no en la boca de los demás.