27/4/13

Yo.

Pollito tiene un negocio de pieles sintéticas que no figura en las Páginas Amarillas. Por eso no pude llamarle cuando murió mi madre. Me hubiese gustado verle. Todo habría sido más llevadero: la lluvia, el paraguas plegable con dos varillas rotas que sujetaba el cura mientras leía frases hechas en un libro y el frío inhumano que pasamos los cuatro gatos que fuimos al entierro. Pollito puso el negocio después de trabajar casi treinta años en el hotel Santa Fe de Gandía. No era Las Vegas ni mucho menos Malibú, sólo un edificio triste en segunda línea de playa que acogía a familias de clase media en los setenta y los ochenta y que después se transformó en paraíso de ancianos nórdicos de clase baja que soñaban con una muerte mediterránea. Se partió el alma todo ese tiempo haciendo chapuzas en las habitaciones. Pollito, arregla la ducha de la 231; Pollito, sube a la 428 y mira a ver que pasa con la tele. Pollito, cuando tengas un rato vas a la azotea y limpias la mierda de las gaviotas. Cosas que hacen los hombres para comer.

Pollito.


Me supo mal no poder ir al entierro de tu madre. Yo la quería. La quise desde el primer día que aparecisteis por el hotel en 1976. Yo estaba abrillantando con Sidol el ancla de la entrada y de pronto apareció ella con aquel sombrero de estrella de cine. Dios mío. Esa mujer tiene agallas, pensé. Y ahora está muerta. La vida es una putada. Pensar en el pasado me pone muy triste, Jacobo. El pasado debería caducar como caduca el pan de molde y habría que tirarlo a la basura y no volver a verlo jamás. Lo que queda de tu madre está dentro de un nicho. Lo que queda de mí vende artículos de piel sintética en un pueblo de Almería. Así son las cosas.

Yo.

Lo de Pollito se lo puso mi madre. No fue una cosa despectiva ni para reírse de él. Mi madre le ponía motes cariñosos a la gente que conocía. Era más una forma de entender el mundo, un guiño. Nadie se molestaba cuando se refería a una persona por su apodo. Ni La linterna ni Coquito hicieron nunca un mohín de desaprobación cuando mi madre les llamaba a voz en grito y con esa sonrisa que tenía que nunca dejaba a nadie indiferente. Sé que la quisiste mucho, Pollito. Lo sé por ella y también por mí. Muchas noches miro fotos de aquella época y me dan ganas de llorar aunque después nunca lo haga, pero se me quedan los ojos secos y temblorosos, como una presa que sabe que de un momento a otro se romperá.