15/4/13

Vino a casa un amigo y su hija. Después de comer estuvimos hablando de Luis García Montero y de Caballero Bonald. Nuestro amigo tuvo hace tiempo un programa de televisión de mucho éxito y ahora, después de algunos años, vuelve con otro en un canal temático. Cuando estábamos recogiendo la mesa se empeñó en ayudarnos pese a nuestro empeño en que no lo hiciera. No sé cómo pasó pero se salió un codo de plástico del fregadero y el suelo de la cocina se empezó a encharcar. Allí estábamos los tres: mi mujer, la antigua estrella de la televisión y yo, observando la superficie de agua que iba avanzando y que por un momento nos cautivó haciendo que permaneciésemos paralizados y atónitos hasta que sacamos una fregona e hicimos desaparecer el agua. Tras el susto volvimos al salón. Las niñas jugaban al otro lado de la casa. Podíamos escuchar sus voces mezcladas con el resto de la realidad que entraba por las ventanas abiertas del mirador y que traía un simulacro bastante aproximado de lo que sería el verano. La botella azul de ginebra parecía un faro en el mar de juguete de nuestra mesa baja. También había varios libros de poesía y un cenicero que se fue llenando a medida que pasaba la tarde. A las ocho se fueron y la casa se quedó un poco más vacía y hasta diría que preguntándose en voz baja lo que hace que ciertas personas se instalen en tu intimidad sin proponérselo, eligiendo tu compañía como el que elije un árbol bajo el que echarse la siesta.