10/3/13

Uno de los primeros libros que leí con Alba fue Platero y yo. Una edición ilustrada que me llevé de recuerdo de la biblioteca del cuartel en el que hice el servicio militar. Todavía conserva el sello en tinta azul: Región Militar Pirenaica Oriental. ¿Por qué lo elegí como primer libro para mi hija? Quizá por los dibujos. Pensé que se aburriría menos. Lo cierto es que lo recordaba cursi de cuando era pequeño y me obligaron a leerlo: un hombre que hablaba con su burrito en un pueblo andaluz. Además usaba palabras inquietantes como azabache; y para colmo el animal se moría. Después, a los veinte años, leí más cosas del autor. Confieso que tampoco llegué a conectar con él en esa época. El modernismo tiene mucho de virtuosismo poético. Tiene su público (como los discos de Pat Metheny) pero aguantar quinientos versos se te puede hacer complicado. Qué bueno que el tiempo dé segundas oportunidades y te permita comerte las palabras. La elegancia de Juan Ramón me llegó leyéndolo con mi hija. Me sentí pequeño y ridículo. Me pareció portentoso su uso del lenguaje, incluso la invención de uno propio que te mete en su mundo y te deja tan cerca de la belleza que se te olvida respirar. Mi hija lo disfrutó mucho (dramas aparte) y sirvió para que descubriera una de las obras más atípicamente españolas de nuestra literatura. A mí, para ser un poco menos ignorante.