28/3/13

Me gustan las fotos malas. No me dicen nada las puestas de sol retocadas ni las postales de los grandes jardines de Viena ni esas en las que alguien posa de forma artificial queriéndonos convencer de que conoce el secreto de la perfección. Siempre me han emocionado las fotos de cumpleaños con ojos rojos, las que salen movidas, las que están mal encuadradas y a contraluz, las que no tuvieron en cuenta al que pasaba por detrás y que accidentalmente y para siempre acaba mezclado en los recuerdos de otro. En cuántas fotografías así habré acabado y que después alguien mirará durante años sin saber quién es ese cuerpo extraño que caminaba al fondo tan ajeno a lo que sucedía. La vida es una colección de fotos malas hechas con excesivo cariño. Es inevitable y además nos ofrece gratis una lección real sobre la belleza. Si se pudiesen coger todas en una mano mientras el pulgar de la otra las fuese pasando deprisa, obtendríamos una película honesta de nuestra existencia.