20/3/13

La realidad se parece a las gotas que siguen saliendo de la ducha cuando ya has cerrado el grifo. Su obstinación por hacerse presente invalida cualquier movimiento en contra y lo relega a un burdo escondite infantil en el que siempre acaba ganando ella. Hablo de una habitación emplomada en la que mi madre deberá permanecer aislada varios días después de un cáncer que tuvo hace ya meses. Radioterapia. Una palabra que fuera de contexto podría ser usada como slogan por una cadena de emisoras y que no contendría ni la sombra ni la incertidumbre que conlleva ahora para mí al pensar en ella tumbada en una cama esperando que las células cancerígenas mueran de golpe arrasadas por el yodo. Hablo de mi madre pero podría hablar de cualquiera. El dolor nos manda de una patada a vivir a una isla habitada por seres deformes. Cada uno con los suyos. Cada uno bregando con sus propios fantasmas que de una u otra forma acaban decidiendo quiénes somos. Mientras esté allí pensaré en ella, en todas sus épocas en que la he conocido, en sus errores, en las veces que nos fallamos mutuamente sin saberlo y también en la inmensa ternura con la que siempre me enseñó a mirarlo todo.