7/3/13

Imagino que en esta época es normal tener pesadillas. Yo las tengo. Durante el día intento aparentar normalidad a pesar de que me dé miedo abrir las cartas del banco o pensar cuándo pagará ese cliente que todavía no lo ha hecho. Luego enciendes la tele o lees las noticias por internet y descubres que vivimos en una extraña olla a presión que no sabemos cuando explotará. También es verdad que cuando salgo a la calle parece que no pasa nada: la gente sigue llenando los bares y celebrando los goles de su equipo. Del invierno pasaremos a la primavera y todo seguirá como está. Abriremos grifos, batiremos huevos, asentiremos con desgana en conversaciones banales. Echo de menos una gran señal. A veces miro a la gente y creo que muchos también lo echan de menos. Querríamos que el cielo cambiase de pronto de color o que emergiese un monstruo del mar para certificar oficialmente nuestras desgracias. Será infantilismo, reminiscencias de un estado paternal en el que crecimos los que ahora tenemos algo más de cuarenta años. Es fácil llegar a conclusiones precipitadas del estilo de "la vida era mejor antes" cuando sólo había dos canales de televisión y sufrías tangiblemente las desgracias de un niño que buscaba a su madre sabiendo que a esa misma hora millones de niños sufrían contigo, había menos información y, quizá su ausencia o el estado de austeridad emocional que provocaba, te tranquilizaba estúpidamente.
Llevo varios días que me despierto de madrugada con el pijama empapado de sudor. La última vez creía que mi hija pequeña se había caído por el agujero de una alcantarilla. Ella corría delante de mí sin atender mis advertencias: Mireia, no, ten cuidado. Acto seguido se precipitaba por el abismo negro y yo tras ella. En ese momento me desperté y me puse en pie de un salto. Mi mujer tuvo que levantarse y cogerme del brazo. Ya está, me dijo, no pasa nada. Abrí los ojos y estaba en nuestro dormitorio, aunque resulta difícil ubicarte después de algo así. Es tu casa, estás bien, sólo ha sido un sueño, te repites a ti mismo. Pero sabes que hay algo que desconoces. Dentro de ti viaja un animal asustado que atrae a las tormentas. Si hubiera una cámara capaz de fotografiarlos desde el cielo veríamos la manada nocturna que recorre nuestras ciudades en estos días tan inciertos.