11/3/13

Hay varios tipos de amigos basura. Están los que conoces una noche, esos que te presenta alguien mientras tomas una copa o incluso se presentan ellos mismos con la euforia de un partido que estás viendo en ese local en una pantalla gigante. Puede que te digan su nombre después de abrazarte como si te conocieran de toda la vida. Después de dos copas desaparecen en el bosque de la noche. Está bien. Más que amigos basura se le podría considerar fastfriends, una categoría que, aun significando lo mismo, tiene matices más disculpables y resonancias más dulces en el tiempo. Siempre he sido un gran defensor de los fastfriends. He conocido a muchos durante los años que salía y también he sido a veces uno de ellos. La ventaja de este tipo de amistad es que te ofrecen una versión comprimida de su vida en una hora. Si te gusta, la disfrutas. Si no, sabes que durará poco. Luego están los amigos que tardas en descubrir que son basura. El efecto retardado de su descubrimiento produce dolor. Creías que estaban contigo sin esperar nada a cambio, que no había una estrategia ni objetivos cuando te palmeaban la espalda y elegían invariablemente la versión en diminutivo de tu nombre. Cuando te das cuenta que no era así sufres una gran decepción. Me utilizaba, piensas, puso su pie en mi espalda para llegar a donde quería, le aupé sin saberlo y cuando hubo saltado la tapia se olvidó de mí. Lo peor de este tipo de amigos es que dejan muchas huellas. Tras la impostura debes romper fotos o borrarlas del ordenador con rabia porque ves que todavía siguen sonriendo en ellas, inalterables ante la infamia o simplemente inmunes al peso de sus conciencias. Para reconocer a un amigo basura solo tienes que fijarte en lo que dicen las marcas de comida basura cuando se anuncian por la tele. Si te hablan de la pureza de sus intenciones y de la calidad de sus sentimientos es que lo son.