22/3/13

Escribiré un libro que se llame La ventaja de los días nublados. Empezará justo en el momento en que abrí la ventana de mi cuarto esta mañana y comprobé que las estaciones del año no se suceden porque sí. Hay guerras. Se muerden en el cuello unas a otras buscando arterias vitales. Mi colmillo probará la sangre que recogiste de las flores, se dicen, o cosas peores, mientras sus cuerpos ya son presa de la inercia y marcan la trayectoria de la muerte mientras desde abajo creemos que solo es viento y apretamos el paso para llegar pronto a casa. Ensucian con imposturas lo que la otra construyó con mimo. Escupen en sus crestas nevadas. Se lanzan injurias envueltas en fuego y después retroceden a sus dominios esperando que el contrario claudique o simplemente se deje morir en alguna calle menor del cielo. Solo puedo decir que todo lo bueno y lo malo que somos lo aprendimos de ellas. La ventaja de los días nublados hablará del único espectáculo que nos ofrece la naturaleza y de cómo aprovechamos los cuatro tiempos en que se divide la representación de cada año: las banderas que ondeamos, junto a quién nos sentamos, qué pensamos cuando estamos atónitos en nuestra endeble silla de tijera recordando otra épocas y otras personas que ya no están y las músicas que les acompañaron. En ese momento será fácil dejarse atrapar por la tristeza de comprender lo ajenos que le resultamos a todo.