17/3/13

El pragmatismo nos ha metido en una cárcel. La biblioteca de esa prisión solo tiene libros de autoayuda, manuales para emprendedores y libros para escapar del fracaso como los gatos del agua caliente. La obligación de que todo deba contemplar un fin establecido se ha colado en nuestras vidas. Hemos pasado de ser personas a tener que comportarnos como empresas. Socialmente se nos exigen resultados, objetivos, una estrategia. El éxito es más importante que el camino. Nadie se atreve a dudar, a ser tímido, irresoluto, tibio, a tener pensamientos contradictorios e inclasificables, a decir en público que no sabe qué quiere ser en la vida ni qué quiere hacer exactamente con ella. Es una pena. Parecemos obligados a lograr lo que queremos a costa de lo que sea. El que no persigue sus sueños de forma agresiva se le aparta de la carretera. ¿Por qué no llevas una zanahoria atada a un palo?, nos dicen, ¿cómo esperas progresar? A veces pienso que habría sido de la humanidad sin personas que dudaran, qué habría sido de nuestra civilización sin las zonas grises, qué sería de la cultura si esta no aceptara más que respuestas contundentes en vez de aventuras imposibles a la tierra de los abismos. La sociedad de mercado nos ha horterizado intelectualmente y también nos ha empobrecido. Necesitamos menos gurús que vendan pan de molde y recetas para ser felices, y más personas que miren durante horas al techo y luego nos lo cuenten.