5/2/13

Mañana hará catorce años que me casé contigo. De todo ese tiempo sólo me arrepiento del lexatin 1,5 que acepté de mi madre en el pasillo del Hotel Reina Sofía momentos antes de coger el taxi que nos subió por la Avenida Pedralbes hasta la iglesia. No estaba nervioso, pero ya sabes que tengo cierta fobia social (creo que en mi caso debería decir fobia ceremonial) que me hace sudar en momentos estúpidos que tiendo a considerar importantes. Y lo era. Lo fue. Pero no en ese sentido ni con la pompa que se le otorga a esa palabra. Ayudó el hecho de que me eligieras lazo en vez de corbata. Me hizo sentir algo más Gary Cooper de lo que estoy acostumbrado y quizá vino bien: todos somos él en muchos momentos, caminando con una pistola en la cintura (o sin ella) hasta la entrada del pueblo en donde puede que esté la muerte esperándonos. Tampoco tenía miedo. Ahora me resulta difícil expresar lo que sentí. Recuerdo una plaza con bancos y la luz de febrero retumbándome por dentro. Te recuerdo entrando y también la mirada de tu padre cuando me dijo que te cuidara. Cuídamela bien, dijo, casi lo único que se le puede decir a alguien a quien le entregas a tu hija y que sólo puede ser respondido con una mirada que nunca podrás ensayar. Después llegaron las fotos y la cortina de granos de arroz que de repente cerró una época y trajo otra. Muchos de esos granos todavía no han tocado el suelo y no sé si fue porque Dylan Thomas así lo quiso o por nuestro curioso empeño ante lo desconocido y sus mordiscos. Catorce años después creo que algo sigue permaneciendo de lo que fuimos ese día. Tus ojos siguen buscando algo dentro de mí. Los míos siguen abriendo un ángulo infinito ante la expectativa.