19/1/13

El verdadero biógrafo de mi vida es el encargado de unos billares que ya no existen. Antes de que llegaran las máquinas de marcianos a principios de los ochenta existían sótanos muy poco iluminados llenos de mesas de billar francés y americano. De vez en cuando íbamos a uno que estaba cerca de la Glorieta de Bilbao. El hombre que la llevaba tenía las uñas largas y sucias, supongo que de contar monedas todo el rato o de barrer el suelo con una escoba que parecía haber conocido los pasillos del infierno. Los tipos que había allí ya no se ven en ningún sitio: maricas viejos vestidos con trajes impecables, macarras con pantalón de pitillo y la mirada atrapada en las arborescencias artificiales de la heroína y también chicos como yo que escapaban de clase soñando con otra vida en la que se podía fumar y comportarse como en una película que todavía no habíamos visto. De vez en cuando había alguna pelea. Todo se reducía a palabrería chulesca y a poses estudiadas. Había que aguantar mucho la mirada y no dejarse intimidar porque el contrario acercase en extremo su cara a la tuya hasta poder sentir su respiración. Cuando pasaba algo así, el encargado se levantaba de su taburete y cogía un palo. No hacía falta que dijera nada. Al acercarse, como salido de una pesadilla de volutas de humo, los contendientes regresaban a sus mesas y todo volvía a la normalidad. Una mañana le dieron un navajazo a un chico de mi colegio. Tendría la misma edad que yo y quizá habría coincidido con él alguna vez en aquellos billares u otro que había en General Goded. El director del colegio entró al día siguiente en clase y comunicó la noticia. Todos intentamos mirar hacia otro lado mientras las palabras del director nos recordaban que debíamos evitar esos sitios y que quizá el chico muerto había encontrado el castigo que merecían sus actos. Estuve algún tiempo sin jugar al billar. Para cuando quise volver ya habían llegado las máquinas de marcianos y el tipo de las uñas sucias tuvo que buscar otro trabajo. A veces cierro los ojos y veo al chico que murió. Otras veces los abro y soy yo el que está muerto sobre una mesa de billar de tapete rojo en aquel sótano.