3/12/12

Que seamos los únicos mamíferos con el don de la palabra nos pone en cierta ventaja; pero también nos discrimina, porque esa responsabilidad es desmedida y requiere constante imaginación para ser llevada a cabo. Si fuese una vaca pasaría el día de hoy pastando tranquilamente en la falda de una montaña. Nada supondría la fecha que me recuerda que llevo alimentándome de hierba exactamente equis tiempo. Reconozco que muchos cumpleaños los he pasado así: abstraído del ruido, solo y pensando que la naturaleza obra con un rigor industrial muy alejado a la sensiblería que le adjudicamos. Me siento como esa vaca pero con la particularidad de poder manejar un lenguaje que a veces me asusta, otras me hiere y algunas muy contadas me alivia cuando voy de regreso al establo imaginando que el sol es una moneda y el horizonte una ranura. Por si fuera poco, somos los únicos animales con capacidad para realizar actos simbólicos: escuchar himnos, aplaudir un discurso, hacer promesas, soplar velas. Estas demostraciones también requieren esfuerzo y algún que otro sacrificio. Mientras los demás mamíferos practican la moral del silencio nosotros, desde que nacemos, debemos asociar a cada acto un significado. A medio camino entre ambos mundos creo que la mejor solución -para alguien como yo en un día como hoy- sería que me dejaran una tarta de yema tostada en medio del prado.