4/12/12

La tarta no fue de yema tostada. Al final fue la que había, una San Marcos pequeña y rectangular en la que los números rojos de cera, un cuatro y un seis, parecían mucho más que la cifra que representaban, como si hubiesen invadido un espacio que no les correspondía en el cuadrilátero brillante y mullido en el que se celebra el combate del tiempo. Esta mañana me he despertado pensando en lo que pasó ayer. Intentaba sacar alguna conclusión. Quería escuchar la resonancia que dejó. Muchas veces lo consigo tumbado en la cama en esos minutos de tránsito en los que la conciencia abre los ojos y pone los pies en el suelo antes que yo. Todo parecía funcionar bien. El año oficial transcurrido no se dejaba notar ni había tomado represalias con ninguna parte de mi cuerpo. Supongo que se colocó con los otros. Se dejó caer sobre la espalda del anterior y se quedó dormido a la vez que nos quedamos todos. Ahora toca seguir. Ahora toca silbar, mirar para otro lado y negar las evidencias: no tengo esa edad, esos números son de otro que pasó por aquí y los dejó olvidados. Sucede a menudo, la vida de uno se convierte con el tiempo en una oficina de objetos perdidos de las cosas de los demás.