14/11/12

¿Cuántos libros se han escrito sobre el tema? Recuerdo el último que leí, el de Richard Ford, Mi madre. Apenas llegaba a las cien páginas pero resultaba verdadero y de una belleza dolorosa que conseguía algo muy difícil cuando escribes sobre la persona que te dio la vida: no caer en el sentimentalismo. Desde que lo leí hace varios años pensé que yo escribiría el mío algún día. Ya no se podrá titular Mi madre porque parecería robado e impropio, aunque esas dos palabras resultan suficientes para decirlo todo. Lo vengo pensando todo este tiempo desde que mi madre se descubrió un bulto en el cuello mientras se ponía crema hidratante una mañana de septiembre. Me ha salido un bulto, nos dijo. A las dos semanas nos dieron las primeras noticias: era sospechosamente maligno, así lo describía el informe de la ecografía. Abrió una puerta que ya no se volvería a cerrar por mucho que mirásemos a otro lado haciendo fuerza para convencernos infantilmente de que se trataba de un error. Faltarían otras pruebas que nos dejaron en un estado desconocido, medio suspendidos en una nube que oscurecía o se aclaraba dependiendo de la información que seguíamos recibiendo y de detalles como si esa tarde lloviera con fuerza tras los cristales de la consulta de otra doctora que después de un silencio incómodo y quizá necesario para darse fuerzas, nos dijo que se trataba de un cáncer de tiroides y que posiblemente estuviese extendido a las glándulas linfáticas. Mañana a primera hora la operan en una clínica cerca de donde vivo, un edificio racionalista de tres alturas que parece esconderse del resto de urbanizaciones por un estudiado ejército de pinos de copa frondosa. Reconozco que todo esto no es nuevo. Nadie ha inventado el dolor ni tampoco los bultos que de pronto aparecen un día en el cuello de las personas que queremos. Mañana estaré allí. Nos han dicho que la operación es delicada. ¿Qué querrá decir esa palabra? ¿Qué vibraciones esconde tras su apariencia de copa de cristal? Una vez más el lenguaje formando un bosque en el que perderse para que la conciencia no nos encuentre. Esperaremos sentados juntos a nuestros fantasmas. Tomaremos café y arrastrarán los pies tras nosotros para que no huyamos de su desconcertante sombra. Al cerrar los ojos observaremos el hilo delgado tras las puertas de un quirófano: una línea azul, casi incandescente, atravesando la inmensidad de un universo oscuro. Respiraremos despacio para que no se rompa. Negaremos las evidencias que haya que negar para que, después, un hombre con bata blanca aparezca de pronto y su rostro nos diga que no se ha roto, que mi madre sigue viva y que mi libro tendrá que cerrar la boca hasta dentro de muchos años.