11/9/12

Mañana operan a Alba. Sólo es un quiste óseo en el pie. Ahora no recuerdo el nombre exacto ni creo que importe, pero sí recuerdo la radiografía que elevó mi mano contra la luz del mirador para ver el pequeño bulto oscuro junto al dedo. Resulta obvio decir que me cambiaría por ella en el quirófano, que me gustaría ser yo al que sonrieran las enfermeras mientras me colocan la mascarilla y el mundo s
e difumina antes de que sea capaz de contar hasta diez. Pero no puede ser. No funciona así. El dolor es un equipaje fantasmagórico, incompartible. Los estoicos decían que enseña. Yo no lo sé. Si pusiese en un plato todo el dolor que he sentido hasta hoy no creo que nadie le hiciese una fotografía. Simplemente es algo por lo que hay que pasar: una aduana extraña en la que hay que permanecer hasta que la vida lo estipula. Hace un rato cenábamos intentando sobrevolar el tema pero pensando en cómo se sucederían las cosas mañana. Nadie tiene una varita ni existe magia tan poderosa como para predecir lo que nos tiene reservado el tiempo. Mañana despertaré. Montaremos en un coche que nos llevará a una clínica. Alba irá detrás con la mirada enredada en las cosas que van pasando pero desenrollando un hilo pegajoso que le indicará sin querer la dirección. Cuando queremos que las cosas se disfracen de rutina es cuando más disfrazadas parecen. En la puerta del quirófano volveré a intentarlo. Entro yo por ella, doctor, ya está hablado, es lo mejor. Y que fuese así. Que fuese yo el que esperase al hada que viaja por los tubos, esa mariposa de rabo de dragón que nos obsequia con las dudas mientras los ojos ceden al peso del sueño artificial y se cierran retumbando.

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