14/7/11

Este es el cuerpo que me tocó y no hay vuelta atrás, pero no envidio los otros que veo e incluso rechazo los que reclaman la admiración de los demás o muestran una perfección obsesiva y angustiosa. La gente arrastra sus cuerpos por la calle. Subiendo las escaleras del Metro escuchas resoplidos de esfuerzo. Los obesos cargan su cruz. Los delgados una pluma que suena a huesos de cristal. El cuerpo es lo único que tenemos. Luego dicen que por dentro hay luces y apariciones y hasta un espacio místico e insonorizado en el que reside el misterio. Yo no sé. Creo más en la carne y en el ya está, esto es todo: lo demás lo hemos ido aprendiendo, simulando. Es verdad que la inteligencia es un invento prodigioso, casi la guinda que la evolución nos puso en lo alto de la cabeza para que nos diferenciásemos del resto de mamíferos. La inteligencia sirve para ponerse muy triste sin motivo y para que el ego tenga cosas que comer. Pero es el cuerpo el que trabaja, el que sube, el que coge las bolsas del supermercado, el que suda y el que al final se muere. Ver muchos cuerpos juntos nunca me ha gustado. En verano menos. Cada cuerpo huele diferente, pero muchos juntos huelen mal. ¿Qué piensa la poesía al respecto? La buena lo asume como principio. La mala se esconde en las sombras opalinas del rododendro y en asuntos que da vergüenza escuchar. De vez en cuando paseo por blogs de cuerpos anónimos que escriben poesía. Pueden ser amas de casa argentinas o jubilados de Teruel que buscan la belleza como si fuese un premio de consolación. Hay fotos de gatos y de mujeres con los brazos abiertos frente al mar. Hay amaneceres y bosques y cuevas submarinas y aves (gaviotas, águilas, mirlos y otros que no sé). Hay montañas nevadas y pastos y rocas. Hay imitadores de Neruda que se empeñan en rebañar el plato y dejarlo reluciente. Después de pasear por esas páginas me lleno de una tristeza rara, como cuando veo escaparates de tiendas que han cerrado por traspaso o fotos de soldados muertos junto a una fosa común. La sensibilidad le ha hecho mucho daño a la poesía. Hasta la ha suplantado burdamente en muchos casos. Prefiero la que habla de los cuerpos que sudan y de cómo se comportan sus dueños y cómo los trasladan de un lugar a otro y lo que esperan con ello. Pero parece que la señorita sensibilidad recomendara huir de ahí, salir, mirar al cielo en vez de a la piel y sus manchas. Esta es la cabeza que me tocó y tampoco hay vuelta atrás. Que conste que tampoco envidio a los dueños de las otras, porque no estaría a gusto en sus pasillos ni sería mi casa. Algunas cabezas de escritores son dignas de ser visitadas. La de Mann, la de Sebald, la de Musil, la de Bernhard, muchas. Pero nunca pondría su foto en mi casa ni intentaría arrebatarles el aspecto cuando me pongo a escribir lo que escribo. En los lineales de un hipermercado encuentro más esencias que mirando un océano. Estaré enfermo. O mi sensibilidad estará ya tan agujereada que hace que se cuele todo por allí, todo lo que me dejan caer del cielo y hasta ese oro molido que dicen que cubre algunas palabras.

1 comentario :

José Miguel dijo...

¿así que los delgados somos una pluma que suena a huesos de cristal? Jeje ¡Me gusta!
Si, si, vas por buen camino jeje; si que produce una extraña sensación a muebles mohosos y a telarañas jeje
¡Ok!