25/5/11

Te he traído macarrones, dijo ella. Él se acababa de sentar y pasaba meticulosamente las manos sobre el borde de la mesa, justo para que el mantel de papel trazara un ángulo recto y casi perfecto que supongo que le tranquilizaría; son esas manías geométricas que se van acentuando con los años y que al llegar la vejez adquieren una importancia vital más allá del simple entretenimiento y pasan a formar parte del libro de los ritos. Sus manos ordenaban el mundo, el que estaba a su alcance, esa armonía que quizá escondiera timidez ante la mujer que en ese momento le tendía una tartera de plástico metida en una bolsa doblada. Él se lo agradeció con una especie de ruido pulmonar sordo. Su respiración era pesada, tanto como el volumen de su cuerpo que ahora estaba sentado frente a ella. Solo por el cariño con el que los has hecho ya estarán buenos, dijo por fin mientras la miraba, mientras restablecía el orden natural del agradecimiento: las palabras, la flor. Ella le escuchaba con las manos enlazadas y quizá aceptándolas como una lluvia que no por conocida deja de hacer crecer las semillas de los deseos. Un hombre y una mujer compartiendo mesa en una casa de comidas. Frente a frente como en una película de bajo presupuesto y de casi menor interés. Solo yo filmaba. Solo mis oídos prestaban atención y apuntaban al vuelo sus respiraciones y las paradas y todo lo otro que no podía ver pero intuía. Lo que vino después fue tan delicado que tuve que agarrarme a la mesa a la que estaba sentado cerca de ellos para no caerme al suelo. Fue una coreografía ralentizada, casi más un monólogo de la mujer de pelo corto que, ayudada de la dignidad de sus manos le contaba los pormenores de su día hasta llegar junto a él. Esto es lo que me ha pasado desde que puse los pies en el suelo y pude abrir los ojos y pensar en ti, quizá se dijera por dentro. Su narración me hizo entrar en un sueño lleno de calabacines brillantes que se cortaban solos y después se mezclaban con otras verduras bajo una luz conocida que empujaba a cerrar los ojos y pensar que la vida es una música exquisita que solo se escucha muy de vez en cuando. También había un pájaro en una jaula y unos dedos venosos pero atentos que le cambiaban el cacharro del agua o que se movían ante el animal para alegrarlo. Pidieron los platos. Ella le dijo que eligiera lo de ambos. ¿Por qué no hay canciones amor que hablen de esto? Hay veces que desearía estallar en medio de la calle cuando algo me atraviesa por dentro, cuando algún asunto inesperado se convierte en una bola de oro que perfora las capas de mi atmósfera y acaba quemándome y maldiciendo mi sentido de la dignidad y mi desafortunada concepción de temas como el amor, la entrega o el tiempo. No sé nada. Soy un mendigo de la sensibilidad ajena, una araña hambrienta que teje telas en lugares equivocados. Pero ellos dos estaban a mi lado y dejaron que un trozo de su vida fuera espiado por mí, por el extraño que apuraba su café en silencio evitando levantar sospechas. Salí del restaurante con la conciencia de ser un ladrón pero con un planeta nuevo y poderoso en la mirada.

No hay comentarios :