9/5/11

Palabra de tres letras que define la barra de hierro a la que sujetarse: hoy. La semana empieza con un crucigrama tridimensional por el que ir avanzando con el lápiz a cuestas. Hoy tiene esas tres letras y una luz que ahuyenta los malos presagios. Con la ventana del despacho abierta me llegan las notas lejanas de una trompeta mezcladas con el sonido de un helicóptero. También los coches están en el pentagrama y las golondrinas, incluso el martilleo de las palabras que se van pegando aquí. Con todo eso hay que hacer una sopa instantánea que tendré que mover despacio. Ahora soy el que viaja en ese helicóptero. Voy solo. Mis manos en los mandos y la vista puesta en la miniatura de la ciudad. Desde allí arriba veo el crucigrama en toda su extensión y las palabras que puse la semana pasada y las casillas vacías que esperan a lo que vendrá. Me gustaría que el gitano que toca la trompeta viajara conmigo: un músico callejero y un piloto indocumentado surcando el cielo. También habría espacio para su cabra. En mi escena imaginada no me sudan las manos. Llevo unos guantes de cuero sin dedos, de esos que usaban en Le Mans en los años cincuenta. Mi casco tiene una estrella dorada dibujada en lo alto. Debo descender, de lo contrario la visión aérea afectará a mi sentido de la realidad. Dentro de unas horas todo esto se convertirá en ayer. Será lo mismo pero pasado por otro filtro. Se alejará. Se deformará. Tendrá un eco que aún no conozco. Las tres letras que formaron la palabra Hoy presentarán una leve capa de musgo que causará mucha tristeza inesperada. Nunca he llorado con un casco puesto. Nunca he llorado a tantos metros de altura. Si lo hiciera todas las imágenes se licuarían y formarían una catarata imprevisible que acabaría con todo. Detrás de la cortina de agua existe otro mundo que quiero conocer. Me llama. Me esconde muchas cosas que ando buscando. Poso la aeronave en un risco inestable y cruzo la catarata. El gitano y su cabra deciden esperarme dentro: se conforman con ese escalón de la irrealidad, no quieren bajar otro. Me quito el casco y dejo que mi pelo se empape con el torrente de lágrimas. Al atravesarla hay una luz distinta. No es una pradera de sinfonía pastoral. No hay centauros ni nenúfares ni nubes esponjosas que vuelen bajo. Es un mundo como el de casi todos los días pero lo preside el atrio de la iglesia a la que iba de niño con mis padres. Una vez, en medio de la misa, me colé por dentro, vi las tripas de madera y los cables que ascendían por el retablo hasta casi las puntas de los pies de dios. Solo que ahora está fuera de la iglesia, plantado en medio de ningún sitio. Estoy ante él. Quizá esté ante Él. Abro bien los ojos y procuro que la emoción surja. Pero nada. Los focos no se encienden. Después toda la estructura se convierte en líquido de arriba abajo. Este hecho tampoco me impresiona. Lo esperaba de alguna forma. Pensé inmediatamente que la catarata y el atrio eran la misma cosa. Un tanto decepcionado regreso al helicóptero. El gitano se había quedado dormido con la trompeta sobre el pecho. La cabra le lamía la mano. Me puse el casco y volvimos a elevarnos para buscar de nuevo el crucigrama que nos diría que estábamos de nuevo en casa. Dentro de poco nuestras manos tocarían la vieja barra de hierro en la que nos sujetamos.

1 comentario :

Arrowni dijo...

Palabra de tres letras que representa una barra de hierro a la que aferrarse: ¿Fui?, no sé, siempre me figuré que el hoy tenía algo de inásible y aéreo que no podemos agarrar, lo que hace aún más vertiginoso tratar de vivir ese día como si de algo sólido se tratara. El pasado por otro lado, es arduo deformarlo, es pesado y lo arrastramos pero si lo dejas de tocar no eres el mismo. Asombra tanto aferrarse a él como soltarlo. Y por supuesto, es el tipo de cosas que guardaditas te parecen lisas y sólidas, pero al sacarlas al presente -al aire-, normalmente se desgastan, se oxidan.