8/5/11


El hombre-huevo frito tiene los pómulos de ketchup, dice Mireia. Estamos tumbados en la cama y es domingo. Pasan algunas nubes al otro lado de la ventana que nos insinúan ya la obra. Con el ordenador sobre la tripa vamos haciendo. Alba dibuja una aceituna y un tomate redondo y tan imposible que no quiero mirarlo mucho para que mi valoración de la realidad salga perjudicada. El cielo del hombre-huevo es negro aunque no parezca importarle mucho. ¿De qué color es el nuestro cada día? Los ojos son pequeños, dos yemas en miniatura que buscan la línea del horizonte. No sé lo que habrá al otro lado del dibujo. ¿Mirará una ciudad? ¿Habrá un precipicio que anuncie el fin del mundo? Arriba, en lo más alto, hay un sol-huevo. La yema es el centro del universo, es dios, es el centro geográfico de los mapas celestes que desplegamos algunas mañanas de domingo tumbados en la cama. Estamos en pijama. Mireia se ha vestido de sevillana y busca una flor que ponerse en el pelo. Duda entre una blanca y otra naranja y rosa de tela. Al final se pone la blanca y le decimos que parece una hawaiana que se perdió en la Feria. Las cosas no son tan complicadas como nos dicta la cabeza o el miedo a que todo deje de ser como lo vemos y queremos. No temo nada. Estoy aprendiendo poco a poco a hacerlo. Hoy tengo todo esto que abarca mi vista y está bien. El hombre-huevo tampoco teme nada aunque el cielo sea negro y parezca no haber más habitantes a su alrededor. Mireia se aburre en seguida y quiere que dibujemos otra cosa. ¿Qué podría ser? ¿Qué puede dibujar un hombre después de esto? Me gustaría dibujar el centro de la Tierra, pero no a la manera tradicional o como nos sugieren los cortes a sección ni las infografías de los documentales. El centro sería líquido, sería una yema dulce que palpita como el corazón de un pájaro y le da sentido a todo el planeta. Toda la ternura de la que nos beneficiamos nace de allí. Lo malo es que no sé hacerlo. Por mucho que cierre los ojos e intente imaginarlo soy incapaz. Soy un ser limitado que lleva tirantes de ketchup y celebra los días de fiesta con gloriosas explosiones de tristeza.

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