30/5/11

Cada cierto tiempo le imprimo a mi padre lo que escribo aquí. Me gustaría poder regalárselo en forma de libro y con una dedicatoria, pero de momento se tiene que conformar con unos folios encuadernados para espiar mi vida por dentro con sus trampas y sus luces falsas junto con las verdaderas y esas atmósferas que crean que al final se parecen mucho a la realidad. Ayer le di mi último año. Ocupaba algo más de cien páginas a un espacio. Me resistí a usar el doble espacio por una cuestión de pudor. Las novelas se entregan así. Son cortesías asumidas. Pero esto no es una novela, solo son días que se van pegando o amontonando sin más cohesión que el propio tiempo y los hilos que lo cruzan. Al final se trata de eso: superposición, capas que solidifican a su antojo, intentos de que la dispersión tenga sentido y consistencia. Una vez impreso y encuadernado lo tuve varios segundos en mis manos como el que sostiene a un cachorro monstruoso. Mi último año contado o masticado o diluido en las aguas bochornosas de algo que se confunde con la vanidad, que comparte su textura aunque ella misma asegure ser otra y no le haga falta demasiada insistencia para que acabe creyéndola. Me produce mucha vergüenza leer lo que escribo. Cuando lo hago es para repasar que no haya faltas. Durante ese proceso no soy yo el que lee sino alguien ajeno, uno distinto que solo busca huecos en los que poner acentos, un vigilante ortográfico que pasea por las líneas ajeno al sentido de lo que se cuenta.
Cada cierto tiempo paso por el estrado con mi mazo de folios temblorosos en la mano. Mi padre está sentado en el centro con su mirada de turista incómodo en el país de los obsequios. ¿Hablas de mí?, me dijo ayer en su casa mientras estábamos sentados en el salón después de comer. Y si lo haces, si es así, ¿salgo bien parado?, pareció decirme su pausa, ese silencio que se produjo en la conversación mientras las miradas de ambos buscaban algún sitio neutral en el que refugiarse. Después ya no hablamos más. El tema se desvaneció o murió o fue expulsado por miedo, salió catapultado a los márgenes de lo no dicho. En esos espacios es en los que se desarrolla gran parte de la vida. El intento de escribir, de redactar pacientemente lo que sucede y lo que no, nace de la necesidad de esa búsqueda. Lo que pasa más allá de esa frontera es lo que interesa, al menos a mí. Hoy mi padre tomará ese cuaderno y buscará un sitio tranquilo y luminoso para comenzar su viaje. Hoy le envidio. Yo no sé lo que es eso. Desconozco la sensación de meterme en la vida de alguna de mis hijas a través de una página escrita en la que se muestre el otro lado, lo que hay más allá de la línea en la que empieza de verdad todo.
Cada cierto tiempo se produce esta ceremonia. Yo soñando con el acercamiento: el hijo que hace entrega de sus tesoros al padre, el nativo que le muestra al rey las frutas exóticas de ultramar con la rodilla hincada en tierra. El padre sopesando la originalidad de los tributos y quizá también pensando automáticamente en el pago, en la contraprestación de lo recibido: ¿una simple mirada?, ¿algunas baratijas brillantes con las que encender el agradecimiento? Siempre gana la sobriedad, el silencio. Lo pensado permanece encerrado en una habitación sin ventanas. El monarca pasea por los jardines inventados con las manos enlazadas a la espalda y dejando caer al aire esos ruidos que hacen los hombres cuando piensan que los logros de sus hijos no están a la altura de lo imaginado. El príncipe se aleja hincando con rabia las espuelas a su caballo.

2 comentarios :

Jorge dijo...

He recorrido tu blog. Tenés y usás una muy buena prosa. Me gusta lo que publicás. Te visitaré seguido.
Desde la República Argentina, te envío un abrazo.
Jorge.

Anónimo dijo...

hola me encanto tu blog. te visitare muy, pero muy seguido, saludos desde mi hermoso México