13/11/10

Una mañana en el Hipercor de Pozuelo. Unos operarios montaban un árbol de navidad compuesto por tres módulos cónicos de alambre. Yo fumaba fuera esperando que mi mujer y mi hija pequeña repasasen los juguetes: ojos pequeños y muy abiertos que acarician las cajas y los plásticos de colores que duermen dentro. Quizá había una muñeca de mirada ausente buscando ese punto en el infinito tan imposible de encontrar. Los operarios acabaron pronto. La metáfora de árbol presidía ya la entrada: uno, dos y tres apuntando al cielo como un berbiquí de caramelo que nunca horadará nada. Bien, estoy aquí, soy la reducción minimalista de tu infancia y también un reclamo barato para que entres y desperdicies tus monedas. Acabo el cigarro o lo acabé o todavía sigue en mi mano o agarrado a mis labios contemplando el precipicio, porque el tiempo es gomoso y se retuerce tantas veces que ni él mismo acaba de comprender cuál es su verdadera época y cuáles esas otras que inventa y en las que acaba viviendo sin saberlo. A la puerta de un hipermercado se puede encontrar la salvación ayudado por dos hombres de mono azul que pasan por ángeles de incógnito, bestias celestiales que me localizaron en sus navegadores decorados con brillantes incrustados, que me olieron desde su altura sin oxígeno y se lanzaron en picado a por mí. Lamento tener que contar todo esto sin más pruebas. Lamento que los amantes de la ficción rechinen sus dientes en señal de desaprobación. Asumo que no continúen leyendo y que se queden en las ciudades destartaladas que hay al margen de mis historias y que allí encuentren lo que buscan. Para los que continúan conmigo he de decirles que los hombres del mono azul se retiraron y se subieron a una furgoneta del mismo gris que unas nubes que había por allí encima. Mireia salió de la mano de Nuria y nos montamos en el coche para volver a casa. Ya está. Eso era todo lo que tenía que decir con tanta urgencia. Quizá en este otro punto quieran abandonar más lectores traicionados por mi forma anodina de contar las cosas. Sueño con una explanada llena de objetos que inventariar. Sueño con la ausencia de las tramas, de los argumentos, de las trampas. Envidio a los notarios que se limitan a dar fe. Hoy, sábado, 13 de noviembre, Luis Acebes vio a dos hombres montando un ridículo árbol de navidad ideado para la animación comercial de una gran superficie, y por la presente comunica que se entristeció mucho, que una extraña lluvia de tristeza le caló hasta el pecho y le dieron ganas de contarlo y que también le sorprendió que todos sus semejantes pasaran por alto aquel hecho y entraran y salieran del edificio ajenos a lo que estaba pasando. Después se puede leer mi firma y una combinación de números y signos encriptados que más tienen que ver con aquellos ángeles ingenieros que conmigo.

No hay comentarios :