7/11/10

Una mañana de noviembre tan dulce como esa película que vi hace años y que no me disgustó. Llevo tiempo pensando en escribir algo sobre la importancia de las comedias románticas. También lo he pensado esta mañana cuando montaba en bicicleta con mis hijas y el cielo se estiraba la cara como una actriz presumida pero acabada: un gris que sueña ya con su propia muerte. Me ha tranquilizado el olor a madera que había en el aire. Quizá fuese la leña crepitando de las primeras chimeneas encendidas o quizá sólo era algo en mi cabeza, una intuición o un deseo bobo de que el otoño se presentase como antiguamente: con sombreros de fieltro y castañas quemándose lentamente sobre unas brasas. Una mañana de noviembre más con su cargamento de nostalgia barata que lo pringa todo con su tacto. La nostalgia es la emoción más aceitosa del mundo y nos deja manchas lamentables en la ropa y en la cara. Cuando monto en bicicleta las manchas desaparecen como en un anuncio de detergente. Mi imagen voltea mágicamente y aparece otro señor inmaculado que sonríe a cámara. La vida debería funcionar así: pasos certeros, definidos, una estrategia nítida y comprensible que se desarrolla en treinta segundos y ya está. Ahora estoy aquí escribiendo. Se me pegó el frío en los huesos pero con el movimiento de los brazos al escribir se va soltando. La escritura tiene una parte medicinal, otra bochornosa y otra desconocida. La misión del que escribe es conocer las tres partes, porque viajan juntas y porque me da la sensación que al final son una sola. Hace un rato, cuando tenía el cielo sobre mi cabeza, pensaba en qué harán los otros que escriben, todos esos que no conozco y que puede que no conozca nadie. Me gusta imaginarles cepillándose los dientes frente a un espejo o lamentándose de su sobrepeso. ¿Montarán también en bicicleta con sus hijas? ¿Les aterrará el silencio que proponen las nubes y el desacato que predica el viento cuando se infiltra en todas esas regiones del alma que nos avergüenzan? ¿Habrá escritores que prefieran las bicicletas estáticas al igual que optan por los mundos estáticos? Demasiadas preguntas estúpidas para una mañana de domingo. El frío, a fuerza de increpaciones retóricas que no esperan respuesta, se va retirando. Mi sangre no hierve pero ha adquirido un punto estable, una altitud de crucero que me ayudará a rematar la jornada con soltura: esta es una lección para los que piensan que la literatura no sirve para nada.

1 comentario :

impresiones de una tortuga dijo...

Pués, en definitiva, yo creo, que harán lo mismo que hacemos el resto de los mortales, con sus desdichas y miserias, con sus alegrías e ilusiones.
Es cierto, escribir es una buena terapia.
Un saludo, Luís.