6/10/10

El aire parece limpio. Los ruidos son tan familiares que, aislados de su contexto, producirían una sensación cercana al miedo. Los acontecimientos son los que tocan: el subir y bajar de los ascensores, los cambios imperceptibles en el mobiliario: una silla que toma una nueva posición, una mesa redonda que de pronto queda mejor en otro rincón, la calma envuelta en el papel de regalo que fabrica octubre en sus delegaciones más orientales. Mi mujer mira de nuevo el salón. Le complace lo que ve. A mí me complace verla a ella, sentir que sigue a mi lado en esta carrera amañada de cobayas de laboratorio. Decía que el aire parece limpio. En días así me gustaría disponer de cañones para lanzar salvas. ¿Cómo sería recibido este hecho en mi urbanización? Hablo de disparar diez o doce salvas al cielo para festejar que seguimos aquí, vivos y dispuestos a enredarnos con lo que el tiempo nos lanza para entretenernos: una silla que de pronto parece llenarnos un hueco oscuro por dentro, la luz magistral que entra por el mirador, el silencio tatuado de esos ruidos que nos asoman al precipicio del miedo. Pronto comeremos. Haré pasta. Vi en la nevera que había un paquete de raviolis a los tres quesos. Abriré un armario para buscar el frasco de la salsa napolitana. A veces el mundo es un lugar perfecto a pesar de sus limitaciones. Tengo esta mañana que parece que haya venido a casa desmontada y sin instrucciones, lo que que me obliga a arrodillarme en el pasillo y a poner a prueba mi imaginación. Pienso en Lou Reed y en su teoría de los días perfectos. Se me vienen a la cabeza esas imágenes de sangría en el parque, de dos personas tumbadas en la alfombra rectangular de Central Park. Cada persona debería tener su parque sagrado, su tapiz verde sobre el que soñar con alguien y después caminar despacio a casa mientras el sol desciende a tirones como en una obra de teatro infantil. La experiencia sirve para aprender a construir refugios emocionales, lugares en los que estar a salvo de la corrosión del tiempo. Esto es lo que me querían decir las piezas de mi mañana desmontable que ahora brillan en el suelo y que un escritor susceptible de dejarse arrastrar por el calor del momento diría que quisiesen echarse a volar.

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