18/9/10

Se trata de ir cruzando líneas. Debe ser eso. Quizá lo sea. Quizá todo se resuma en ir avanzando hacia un lugar que desconocemos. Yo lo llevo haciendo aquí cerca de tres años. ¿Dónde estoy? Si miro hacia delante veo un horizonte del tamaño de una hoja de papel, aunque a veces cambia y se convierte en una luminiscencia desesperante de similares dimensiones. Sea física o virtual es una medida más, una convención que me hago a mí mismo, una trampa. Como no tengo un megáfono, ni más sistemas de propagación de mis palabras que éste, voy avanzando (a días orgulloso, a días asustado) hacia donde creo que se encuentra la siguiente línea.
Los días del mundo son una excusa. Incluso hay ratos en los que pienso que yo mismo y esta manía de contarme hacia adentro son también una excusa. Pero, ¿qué me queda si no? Me aburro ante los telediarios. No sé cantar muchas canciones. Soy pésimo con los juegos de mesa. Cuando estoy en la cola del supermercado me pondría a llorar, sí, llorar contemplando hileras de productos que permanecen a la espera de mis manos; pienso que en vez de cosas fueran personas empequeñecidas por un espasmo o un hechizo disparado desde el más allá. Y como a casi nadie le gusta escuchar estas cosas en una celebración ni observando el curso de un río, lo escribo aquí, lo junto aquí como los niños juntan piedras que sólo tienen valor para ellos.
Se trata de seguir: lo pone en las etiquetas de mi ropa interior, en las camisetas que cosen en China y que yo me pongo. En la parte de dentro tienen la delicadeza de dedicarme estos bellos pensamientos: seguir, tienes que seguir, Luis Acebes, me dicen en sus tipografías que sólo yo entiendo. Con la fuerza de esos mensajes me siento a esta mesa de Ikea y me derrumbo delante como un edificio trasnochado que agradece los envites de la demolición. Aquí he aprendido que el futuro es una retórica que se inventaron los vendedores de salsa tártara. Aquí he aprendido que el presente es tan quimérico como la idea de hacerse un anillo de filamentos de bombilla. En el descarte sólo queda el pasado. Por eso me he construido este vehículo del que casi el ochenta por ciento es espejo retrovisor; a él me asomo, en él me miro y miro todo lo que dejo atrás. El horizonte que contemplo es más ancho aunque las líneas que lo conforman tiendan al extrañamiento: no es un defecto de mi visión, simplemente es el tiempo.
Hoy tocaba hablar de líneas y tocaba también agradecer a esos que las cruzan conmigo. Somos unos excursionistas pasados de moda: quiero que esto os quede muy claro.

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