3/9/10

Mi voz se abre paso a machetazos por la selva de la memoria. Es así como lo quiere. Ha elegido su arma y el calzado justo para que los pies no le ardan en el viaje. Ahora sólo queda respirar fuerte y desterrar el miedo. Encerrarse en el sarcófago orgánico de las palabras para que el viento de la muerte pase de largo y no roce ni la punta de mis cabellos. Estas andanzas, estos periplos imaginarios son la prueba de mi existencia. Que no me intenten constatar con papeles sacados de una carpeta. Que ninguna secretaria vieja abra con ímpetu el cajón metálico de un archivador deslizando la vista en la inicial de mi nombre, jugando a mujeres sagaces escondidas tras unas gafas de concha. Que nadie coteje fotografías intentando buscar los errores o el parecido con tal o cuál persona que creen que fui. No acertarían. Sólo soy una voz a la que le nacieron piernas. Semejante proceso no es mágico ni mesiánico: nadie me envía. Mi naturaleza sin duda es más cercana a esas patatas olvidadas en un saco a las que les brotan tallos antes de morir como gritos de auxilio en una autoreproducción desesperada. Fermentaré. Sedimentaré. Esperaré a noviembre disfrazado de bulbo. Bajo tierra escucharé el canto de las aves que buscan el sur y el de las que eligieron esta tierra para acabar su vida. ¿Será capaz mi voz de avanzar bajo tierra? ¿A qué velocidad se trasladará? Como en una mina abandonada recorro las galerías de mi memoria con una cerilla en la mano. Mi corte de fantasmas, congregados en torno a mí, no hacen más que soplar, pero cuanto más lo hacen más viva se vuelve la llama. Esto no es un experimento, tampoco magia: es la prueba de que el camino que he elegido es el que me correspondía. Me complace mi vanidad subterránea. Me complacen mis poses imaginadas frente a una chimenea, dentro de años, en las que haré que fumo despacio mientras le cuento a las paredes el por qué de mí. Mi por qué. Mi dulce razón que a estas alturas ya debe tener el culo escaldado y la cara atravesada del tizne del tiempo, dándome un aspecto de sioux atrapado por el vicio de la introspección.
Me resisto a que se pare. Hinco las espuelas en el lomo de mi voz y hago con mi cuerpo el gesto que haría un Gary Cooper a caballo a las puertas del infierno. No me cogerán con vida. Mi voz me llevará más rápido y más lejos.

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