9/8/10

En el invierno de 1973 jugaba al fútbol en un patio de columnas. Soy ese de las zapatillas azules marca Adidas que mi madre me compró en una tienda de la calle Fuencarral. Ese que defiende una portería imposible para un niño de siete años. Fuera del patio llovía, nevaba, granizaba, soplaba el viento, la luz cambiaba y el tiempo tocaba su tambor muy despacio. Lo sujetaba entre sus rodillas, una postura un tanto indolente; mientras, con sus uñas hacía redobles casi inaudibles, si tenemos en cuenta la jauría de niños gritando en el recreo. El padre Alberto, con su boina ladeada y su poca estatura, vigilaba nuestras acciones como un arcángel viejo. Llevaba las manos atrás sujetando un crucifijo de plata. Aquel icono de la fe servía para castigar a los que no guardaban la fila a la hora de formar para volver a clase. La base de la cruz percutía en tu cabeza: Cristo y el dolor, una y otra vez.
En el verano de 2010 ese niño vuelve a pasear por aquel patio. Lo hace sin estar allí. Saltándose los formulismos y las caras que habría que poner al conserje o cuidador del colegio vacío. Sin los “verá usted, yo estudié aquí” dichos en un hall desangelado que todavía tendría un ligero perfume a sopa fría. Prefiere atravesar de un salto la dimensión que conjuga a duras penas el espacio y el tiempo para plantarse en el escenario. Siguen las mismas columnas, tan poderosas como las recordaba en su cabeza. El niño-adulto, el poseedor de los recuerdos en primera persona, el mediocre futbolista jubilado, todos ellos pasean nostálgicamente intentando hinchar mucho los pulmones, pensando absurdamente que así se abrirían los conductos obstruidos por los años. Memoria y oxígeno: ¿tendrán algo que ver?
Al descubrir que ya no siento nada, que todo sucedía dentro y no allí, decido marcharme urgentemente. Otra ventaja de usar la puerta falsa: desapareces sin dar explicaciones. ¿Qué se hace después de una experiencia así? Supongo que poco. Intentar sacarle partido a una mañana extraña, con algo en el aire como nata rancia que crea un bochorno difícil de evitar. Agosto y sus inconsistencias. Hablamos de ese mes al que en ocasiones le falla la musculatura para sostener el sol triunfal justo en el centro del cielo.
El patio de las columnas grises vuelve a estar vacío. El tiempo se ha tomado un descanso con su tambor.

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