13/7/10

Se acabó el Mundial. Ahora queda una resaca de banderas lacias en las ventanas. La realidad vuelve a lo suyo: sus números, sus cuotas, su molicie avara buscando los rincones más frescos de la casa. Al despertarme me asomo al cuarto de mis hijas. Duermen. Parece que el verano las protega con una espada imaginaria. Esa espada vigila sus gestos indolentes y la postura de sus cuerpos entre las sábanas. Me acerco intentando que no se despierten. Soy un lobo que necesita respirar su perfume para poder adentrarse en el bosque y cazar un cordero para ellas. Desollarlo. Asarlo. Odio que los hipermercados me arrebaten esos placeres sencillos. A cambio nos dan el fútbol. En ese juego simbólico descargamos lo que nos queda de atávicos. Lo que pasa es que me aburre. Se me queda corto. Anoche aguanté muy poco delante del televisor asistiendo a los festejos. No soporto a los futbolistas fuera del campo. Lo que no sea verlos jugar me sobra. Pero mi televisión se empeña en enseñármelos saltando, cantando, improvisando discursos prescindibles, vulgares, vacíos. Los gladiadores en Roma no hacían discursos. También es verdad que no había marcas multinacionales detrás apoyándoles. Qué cansino resulta todo menos ver a mis hijas durmiendo. Soy un lobo alegre de que se haya acabado el Mundial. ¿Qué haré con mi bandera de 6,95 euros comprada en una tienda de deportes de la Estación de Atocha? Cuántos asuntos nos encarga la vida. Cuántas responsabilidades de pacotilla. Cuando me asomo al cuarto de mis hijas procuro hinchar mucho los pulmones. Mi autoestima se infla con ellos. Las velas del barco que me mueve, también. Ese oxígeno mágico me dura unas cuantas horas. Después debería regresar impulsado por mis cuatro patas. Atravesar vertederos y urbanizaciones. Atravesar el vacío terroso que me rodea hasta llegar a ellas. Creo que no estoy hecho para vivir en sociedad. O en esta sociedad. O quizá en ninguna. Sólo soy un depredador que tiene discos de Sibelius. Un mamífero triste que no acaba de aprender los pasos de este baile. Ya tengo ganas de volver a casa.

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