24/7/10

Hay personas que cuando salen del cine les gusta decir a los que están en la cola para comprar la entrada: el asesino es el amante de ella. Obedece a una incapacidad para soportar la felicidad ajena. Si yo no lo soy no lo será nadie, parecen pensar. Bien. Hay que entenderles. Y sobre todo pensar que no es tan importante saber quién es el asesino. Para ellos la escena del coche en la playa al amanecer carece de importancia. Les pasó desapercibida. Quizá en ese momento pensaban ya en lo que harían de cena o estarían concentrados en el picor de un pie. Son familia de la tribu del ya te lo decía yo. Éstos últimos no van al cine. No les hace falta. Muchos no salen de casa ni incluso se molestan en abrir una ventana para que el mísero influjo del sol más tibio de noviembre les pueda llevar la contraria. Sinceramente: no sé que sacan en claro. ¿De qué vale destripar un reloj cuando lo hermoso, lo único digno de espasmo, es no saber por qué funciona? En mi oficio de observador de mi propio género cometo cada vez más errores. Me despisto con facilidad. Hago fotos perecederas. Más que en la química empiezo a confiar en la intuición, ¿qué tipo de arte es ese? Para ser un observador realista se necesita un instrumental del que carezco. Yo siempre soy el que está en la cola cuando sale el tipo listo que me desvela el final. El tipo no lleva sombrero pero es tan cruel que me lo imagino con uno puesto y tocándose el ala a la vez que piensa que me ha chafado. La muerte va mucho al cine, según tengo entendido. Se sienta en la primera fila con las piernas muy estiradas. Si te toca en la fila de atrás seguro que escucharás el chasquido de su cuello. Clac, clac, clac. No se te ocurra confraternizar. Ni mucho menos darle un masaje. Sería caer muy bajo. Además, aunque lo hicieras seguiría siendo la muerte y al final de la película saldría con ganas de contar el final. ¿Por qué es tan insoportable la felicidad de los demás? ¿Por qué es tan rara la nuestra? La escena de la playa era extraña. El hombre corría hacia el mar vestido de traje. La mujer lloraba dentro del coche pero al ver que el hombre se metía en el agua salía para impedírselo. Le llamaba por su nombre. Su pañuelo blanco ondeaba como la bandera del amanecer. La cámara se acercaba a su rostro como los barcos se acercan a las costas antárticas: con recelo pero quizá empujados por la poderosa insistencia magnética que vive en los extremos del planeta. La belleza es insoportable. Casi obscena. Sí, así funciona. Por eso la muerte siempre se pone en la primera fila, por si se le escapa una lágrima o si alguna escena le hace quedarse unos segundos con la boca abierta y los puños apretados.

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