25/7/10
El verano, como cualquier solterona de los años cincuenta, tiene sus propias costumbres para matar el tiempo. Una de ellas es hacer girar con sus dedos la atracción de las sillas voladoras. Mireia lo sabe. Por eso el sábado no quería bajarse. Una vez más, decía agarrándose fuerte a la barra protectora. El verano, como cualquier ente no corpóreo, envidia a los humanos que se congregan en torno a un ingenio mecánico pensado para olvidar las leyes de la gravedad. Le hubiese gustado robar un cuerpo, quizá el mío, sólo por la curiosidad de ser un espectador más que siguiese con la vista el pelo al viento de una niña de tres años. ¿Qué tiene de especial ver girar sillas a cuatro o cinco metros del suelo? Papá, quiero ir otra vez. Fuerza centrífuga atenuada por unas cadenas, ¿no consiste en eso la vida? Las atracciones son burlas a la muerte, Mira lo que he inventado, le decimos, es un mecanismo irrisorio para ridiculizarte. Y ella, desde su incomprensible altura de sombra, mal olor y tiempo, nos mira y se ríe. Pobres gilipollas. Pero a los tres años no hace falta reflexionar. Con volar basta. Qué maldición la mía de no poder parar de pensar. Son sillas voladoras. Son risas que trazan circunferencias. Es el verano y su piel que huele a cloro bajo un cielo insoportablemente intenso. Es eso. No hay más, debería repetirme, no hay más ni nadie le pide más. Saco la cámara de fotos e intento atrapar un instante. Soy ese francotirador miope que gasta su munición antes de que le disparen. Pum. Ahí no hay nada. Pum, un pájaro. ¿Dónde está mi hija? Al final sólo consigo la foto de unas sillas vacías. Pero, ¿están realmente vacías? Creo que no. Mi memoria reciente se encarga de llenarlas. La química tiene sus limitaciones. Donde no llega, lo hace el proceso eléctrico de los recuerdos; también es química, pero con tormenta. La cámara no captó lo que le pedí (o al menos así lo entendí en ese momento) pero al final me ha dado la excusa para ordenar y purificar la información recibida. No se le puede pedir más a la fotografía. Ni al verano.
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