9/6/10

La mano del tiempo es la que gira la comba en el aire. Nosotros, en fila, aguardamos turno para saltar. El tiempo viste una capa trasnochada y unos zapatos que un día fueron brillantes pero que ahora muestran la piel cuarteada y las punteras desgastadas. ¿Dónde transcurre el juego? En cada caso se trata de un lugar diferente. Puede que el mío sea el patio de un colegio. No el mío, quizá el de mi hermana, rodeado de árboles y con columpios verdes que chirrían cuando el viento desbarata su simetría. Hay castaños y plataneros y frondosas matas de lilas que el verano utiliza como señuelo para que le siga el rastro y me adentre en un tramo de bosque en miniatura del que difícilmente saldré. Cuando no hay nadie que quiera saltar, el tiempo se sienta en un banco de piedra y espera. Muchas veces le puedes ver con la vista fija en las grietas de un muro o complacido en el sonido de un grifo que se abre y del que sale un agua de reflejos dorados cuyas gotas pronto se confunden con la tierra. Cuando viene alguien, el tiempo se levanta y toma el extremo de la cuerda sin ganas y vuelve a marcar esos círculos armónicos que la gente le pide con la mirada. Pero, ¿quién sujeta el otro extremo de la cuerda? Hay quien dice que es una dama de otra época que viste de negro y no mira fijamente a nadie. Dicen que su mirada es la entrada de un agujero negro, el vientre de una ballena disecada expuesta en una gigantesca vitrina del fin del mundo. Otros aseguran que al otro extremo de la comba hay un perro amaestrado de gestos tan humanos que hace que el cristalino de los ojos se convierta en un paisaje ártico. La cuerda describe círculos en el aire y de vez en cuando levanta un polvo muy fino que hace estornudar a los que están cerca. Uno, dos, tres. El que entra cuenta en voz baja y después salta. Los hay que lo hacen durante cientos de años, hasta que se cansan o hasta que las piernas fallan y la cuerda se enreda y hace que caigan y maldigan su suerte. Otros cantan canciones entre dientes, canciones que van inventando y mezclando con alguna que aprendieron de niños, añadiendo estrofas que se mezclan con todos los otros sonidos, incluído el de la respiración áspera del tiempo.
Cuando llega la noche el espectáculo se detiene. Entonces es cuando los que están en la fila descubren que el tiempo no cuenta en la oscuridad, que quizá sea otro contador el que se ponga en marcha cuando el sol declina y las sombras del bosque en miniatura se alargan y después lo abarcan todo. El tiempo enrolla la comba alrededor de sus dedos. Lo hace despacio, como el asesino viejo que limpia de sangre su cuchillo en la pernera del pantalón. Después todo se vuelve difícil de contar. Alguien suelta unas aves de gran tamaño desde una almena. Vuelan en círculos sobre la tierra quizá buscando a los más rezagados, a los que poder lanzarse en picado y atacar.
La mano del tiempo, mientras duerme, sigue girando muy despacio en la cabeza de todos.

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