6/6/10

El espejo lleva una semana empañado. Será este calor que llegó de golpe y me construyó una sauna por dentro para que no viese nada ni dijese nada. Cuando el espejo se niega a trabajar es mejor dedicarse a asuntos concretos: bajar a la piscina y allí intentar reconciliarse con el resto de cuerpos. Debo decir que es un trabajo duro aunque una de los mejores atajos que conozco para llegar a la humildad. Hay cuerpos mejores y peores que el mío. Los hay que arrastran una cola anfibia de tristeza que les hace más humanos. También hay cuerpos que se ponen las manos en la cintura mientras sus rostros miran a lo alto con expresión dichosa; debe ser que han alcanzado otra meta, sobrevivieron al invierno y ahora sus pieles pálidas se han ganado el dudoso premio del sol. Recorro el contorno de la piscina buscando similitudes. Me gustaría preguntar a mis semejantes qué opinan de que mi espejo ande empañado. Quizá alguno tenga un spray mágico que me devuelva la visión de mí mismo. Cuántas certezas espero de los desconocidos y qué torpemente me comunico con ellos. Vuelvo de la piscina cabizbajo por mi falta de determinación. Nadie solucionó mi problema, y me atrevería a afirmar que nadie lo conocía. ¿Qué somos? ¿Por qué pensamos que el verano es una meta volante que hay que festejar? Vuelvo a casa y preparo la cena. Hoy estoy solo con mi hija pequeña. Ella ve los dibujos en su tele y yo escribo esto. La piel me arde, la piel alrededor del cuello y por la espalda. ¿Se quemarán también mis semejantes? Ahora el espejo presenta pequeñas irisaciones incandescentes. Las cañerías de mi interior llevan líquidos embravecidos que buscan una salida, una disminución de la presión que les permita volver a la normalidad. Soy un cuerpo que mira hacia atrás y escribe. Soy un mecanismo imperfecto que no celebra el verano. ¿Qué más soy? ¿Qué más podría ser?
Al otro lado de la casa suenan vocecillas que imitan a las infantiles. Nada ha cambiado desde hace millones de años. Las mismas imposturas compartidas por todos. Las mismas mentiras que todos firmamos. Mireia me llama. Su voz es el verdadero y único espíritu del verano. Su figura acercándose por el pasillo es la prueba de que el espejo recuperará pronto su esplendor.

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