24/6/10

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Hace poco pasé por una temporada en la que ya no sabía si me gustaba Murakami o no. Supongo que me ocurre igual con una canción que me gusta y que de pronto escucho en un anuncio. Algo por dentro me escuece y me rebelo de que lo que pertenecía a mi intimidad de pronto se vea expuesto en el escaparate. Empecé a leer a Murakami antes de que estallara su boom en España. No me siento ni mejor ni peor por eso. No hay ninguna secreta vanidad en que comenzara a leerlo antes que otros. Sólo es tiempo. Hace unos días compré lo último suyo que ha llegado a España: De qué hablo cuando hablo de correr, un extraño libro de memorias de corredor, un texto inclasificable que me ha sorprendido por la absoluta sencillez de su planteamiento. Me gusta cuando compara el hecho de correr al de escribir una novela, las distancias largas y la prosa larga, un entrenamiento en el que la constancia sale siempre beneficiada. Este libro lo deberían recomendar en los colegios, en las universidades y en los talleres de escritura. Habla de músculos y de las emociones que comportan, de resistencia, de fe, de entrega a una idea que requiere sacrificio para ser realizada. Siempre he pensado que Murakami es el heredero natural de Mishima; hay algo en él que me recuerda al samurai tranquilo y concentrado que se vuelca en un objetivo más allá de lo razonable o de lo que cualquier occidental entendería por razonable. Pero su forma de concebir la literatura contrasta con los libros que acaba escribiendo. Si le juzgamos por los resultados habrá más de un lector que le considere pop, lúdico e intrascendente. Algunos me he encontrado que aseguran que sus novelas son ligeras, casi cercanas a un romanticismo naif con toques surrealistas. Y sin embargo, en este último libro aparece el autor más serio, el que planifica minuciosamente sus horas de trabajo. Sale el oriental que se vuelca con fervor y frialdad. Es verdad, escribir se parece mucho a correr. Es una prueba de resistencia contra uno mismo, no una carrera. Se compite contra los fantasmas y sombras que viven en tu cabeza. Da igual que haga sol o que llueva o sentir frío o que ese día te duela una muela o que el sentido común te diga que estarías mejor tumbado. Hay que correr. Hay que escribir. Todo se encuentra (si es que hay algo) por el camino.
Me parece que me toca pasar otra larga temporada convencido de que me gusta Haruki Murakami. Sólo espero que nadie lo saque en un anuncio.

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