4/5/10

Quiero desviar mi bolígrafo hacia donde no hay nada, haré como Peter Handke, lo desviaré de las cosas y de su habitual ruido para intentar averiguar qué hay donde no hay nada. ¿No es la literatura eso? Mejor dicho, ¿no es el hecho de vivir un intento de explorar la zona fantasma en la que posiblemente viva una parte de nosotros que debemos conocer con urgencia? Con esta cita de Handke termina el hipnótico libro de Vila-Matas, Los exploradores del abismo. Siento una vez más la nostalgia de que se vaya acabando. Tengo el placer de afirmar que me lo he leído en su casi totalidad bajo tierra. Soy un explorador cotidiano de las profundidades. Me deslizo por un tubo negro junto a otros aventureros ocasionales. Dentro de la nave hay luz fría que me permite aplicarme en mi lectura. Nadie me mira. Nadie me habla. El pacto del respeto funciona con más precisión en el subsuelo. Al llegar a la estación de destino abandono la cápsula y me deslizo por los intrincados corredores que me devuelven a la superficie. Allí arriba todo huele igual. Incluso el puesto de flores de la plaza se ha contaminado de la vulgaridad general que recomienda sus fragancias estandarizadas, esas que anuncia la lona gigante del edificio. Cada día es más difícil jugar a los Peter Handke. Cada día noto que la horizontalidad que se extiende ante mi vista es un pacto que el hombre ha hecho con el tiempo; le permite creerse perenne, fuera de la rueda, eterno. Las edificaciones de una ciudad son muestras de ello. Duraré en pie tanto como esta casa, decimos, estoy hecho de los mismos materiales.
Sólo quiero que pase pronto el tiempo y pueda volver a mis profundidades. La página 238 me espera. Sí, quedan pocas, quizá sólo dos viajes más, ¿y después? Las novelas deberían ser eternas. Deberían existir proyectos narrativos inagotables, que fueran creciendo cada día llevados por la fuerza de sus lectores: bionarrativa. Quién sabe. Mi bolígrafo apunta al vacío, pero esto no se puede quedar en un juego. La mirada implica un compromiso, trazar un camino que no sea traicionado. No vale mirar atrás ni esconderse ni plagiarse con las mentiras que nos devuelva el espejo. La punta del bolígrafo ha encontrado su blanco: es una mancha que se mueve, un grumo de luz que se arrastra por el horizonte; creo saber de quién se trata: soy yo.

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