19/5/10

Me duele la garganta. Noto una piedra allí en medio, una roca volcánica puesta en el centro del tubo de bajada. Al tragar siento que se mueve ligeramente y hace que la saliva parezca fuego presionado que sale de una fragua. El dolor me recuerda quién soy: un mamífero evolucionado con una rara capacidad para entristecerse cuando piensa en la finitud de su vida. Me pregunto si los terneros, los mandriles o los osos pardos son más felices que yo. Supongo que sus dolores de garganta estarán menos intelectualizados que los míos. Comparto con ellos la complejidad de los procesos digestivos y un cierto instinto de supervivencia que me hace protegerme de las tormentas o dormir en un lugar seco; en todo lo demás salgo perdiendo yo.
Cuando me duele la garganta me pongo triste. El dolor también me recuerda que soy imperfecto. La piedra palpita dentro. Quizá tenga su propia inteligencia. Quizá las bacterias culpables de la inflamación tengan un plan oculto. El dolor nos recuerda la vanidad de todos nuestros actos. ¿Pero qué nos recuerda el placer? ¿Por qué no somos capaces de analizarlo cuando nos sentimos plenos y en medio de una nube de partículas puras que nos hacen ser los amos del aire? El placer se da, se siente, pero no se recuerda. El placer es el café instantáneo del alma. Echamos una moneda y sale el vaso. Dentro cabe un huracán y mariposas disecadas y quizá todas las fotos que pasamos por alto un día, imágenes que explotan en nuestras manos y nos ponen perdidos los ojos. En cambio, el dolor se recuerda más; sí, tiene multitud de agentes infiltrados en el cuartel general orgánico; tiene mapas, tiene puntos rojos y teléfonos antiguos que suenan en medio de la noche.
Cuando consiga desplazar la piedra de allí respiraré aliviado. Tal vez me levante mañana y ya no esté y vuelvan a verse las flores a los lados del camino para que pueda pasear ahora que empiezan los mejores días de mayo. Pero cuando, con las manos en los bolsillos, siga despreocupado la dirección que elijan mis pies me acordaré de cuando el dolor se quedó a vivir aquellos días en mi garganta.

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