1/4/10

A veces dejo aparcada mi vida como un libro que me cansa y acabo abandonando en un nicho de la librería, dándole así una muerte transitoria, sin atreverme todavía a retirar el marcapáginas. Mi vida allí, junto con otras vidas a medio contar, toma un descanso, una leve tregua que aprovecha para mirar el cielo o comprobar el estado de las uñas. Pero los descansos siempre son pasivos. Por mucho que la retórica de la autoayuda diga lo contrario son zonas muertas. Muertas y necesarias. Nadie puede mantener constantemente el ritmo. Es engañoso y desconsiderado. La vitalidad no da para siempre. Cuando la cuerda se destensa hay que acudir al nicho de las muertes transitorias y esperar. ¿Cuántos libros he dejado a medio leer en mi vida? De vez en cuando (o en las mudanzas) compruebo el gran número de marcapáginas a mitad de muchos de mis libros. En ese momento me entra una ternura paternal; sopeso el volumen, quizá lo abro por alguna página y leo unas cuantas palabras. ¿Por qué lo dejé a medias? Vivir y leer son dos actividades paralelas. Se necesita mucha vitalidad para avanzar por las páginas de una historia. Alguna vez he dicho ya que me aburren las tramas. Me gustan las novelas sin señalizaciones luminosas, sin trucos, sin ficción, sin rutas pactadas: sólo palabras que vayan abriendo un camino en medio de la nada. Los grandes exploradores obraban así. Ninguno llevaba más mapa que su intuición. Por eso quiero un barco sin sistemas de orientación. No quiero norte ni sur ni puntos luminosos en una pantalla. Muchos de esos libros tenían demasiadas indicaciones y acababan cansando. Cuando estoy en un centro comercial siento eso mismo repetido y multiplicado por el número de marcas, logotipos y mensajes manoseados que reciben mis ojos y mis oídos. Entiendo la escritura como una vocación sin red ni artificios. Diría que es un trabajo infinito del que nunca sabes cuándo regresarás a casa. Bien. Así me gusta. Los libros que se quedaron anclados en medio del océano deberán aceptar sus responsabilidades. Que hablen con su autor, que le pidan cuentas.
A veces mi vida se cansa también. Que conste que no pido la perfección, sólo respeto por mis gustos (hasta diría que por mis manías, tan obsesivamente practicadas en la intimidad). Después del descanso todo se regenera. La página pasa. El dedo la empuja en su curva perfecta y nace un nuevo mundo que dejará paso a otro y después a otro más. La metáfora más aproximada de la vida que hemos sido capaces de imaginar es un libro. Funciona a nuestra imagen. Incluso pienso que es un valioso simulacro de la muerte, algo que desde muy temprano deberíamos ejercitar. Todo empieza. Todo se desarrolla. Todo acaba. Agradezco a todos los escritores que me han llevado hasta el final de sus vidas y sus obras. A los demás, mis respetos y mi polvoriento silencio.

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