5/4/10

Me alegro de estar leyendo Los detectives salvajes. Me alegro de estar en México y que estemos en 1975 y que los personajes me permitan espiarles mientras hacen el amor o fuman hierba hablando de poesía francesa. Correcto. Elegí el lugar correcto: pocas contraindicaciones y un viento amistoso que nunca lo desbaratará todo. También es cierto que dentro de las historias uno nunca sabe cuándo salir o cuándo saltar una tapia para ponerse a salvo de una sombra en la oscuridad. Podría haber escogido Rusia. Una princesa rica y un profesor con la cabeza llena de pájaros que recorre San Petersburgo con las manos dentro de un abrigo gastado. La posibilidad de alternar las dos vidas siempre está ahí. Aunque da por épocas eso de estar en varios libros a la vez. Hace algunos años no tenía problema. Me compré una pértiga de plata falsa para moverme con mayor libertad. Algunos personajes secundarios me sorprendían en plena noche cayendo en un seto o suspendido en el vacío en la última planta de un edificio de Chicago. La búsqueda de la verdad (¿?) tiene estas servidumbres de paso. He llegado a estar en cinco sitios a la vez. Quizá fuera más joven, más ambicioso. Quizá el ambiguo sabor de la ubicuidad me tiraba. Ahora no. Ahora tiendo a ser más solidario con el que cuenta. Subido a su coche de caballos me dejo llevar por la dirección que tome su látigo. ¿Será la edad lo único que nos hace convencionales, obedientes o dispuestos? Ya, ya, pero estoy en México, como dije al principio. Quiero un vehículo que se parta en dos. Me duelen las manos de tanto apretarlas cuando alguien está a punto de confundirse. Me duelen y me gusta. No creo en esos escritores que no bailan en el filo. La gente paga por los equilibrios en el vacío. Pagan y dicen ese podría ser yo, quizá lo sea pero si me caigo no moriré, será él, el otro. México tiene calles que se parecen mucho a Madrid. Avenidas que podrían pertenecer a cualquier parte, paseos insondables que conducen a un vacío homónimo y compartido por todas las urbes del mundo. Ser una ciudad y que te cuenten debe ser hermoso; será como sentir pulgas que van con linternas por tus piernas, pulgas tan perdidas que despiertan una insoportable ternura. Soy un bicho luminoso en México DF. Estoy al borde de una página, al borde de un mundo al que no me costaría pertenecer. Lo único que echo de menos de la eternidad sería encontrar al inventor de este mundo y agradecerle cortesmente que lo inventara. Se trata de una miniaturización del universo que llevaba dentro, pero da la casualidad que coincide perfectamente con el hueco que tengo dentro de mí y que lo esperaba. Bien por las casualidades. Bien por los encuentros. Si me duermo con el libro abierto que nadie me lo cierre. Correría el peligro de querer quedarme allí dentro por siempre.

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