4/4/10

Escribir es ir detrás de alguien que ha escrito antes. Funciona así. El primero va dejando señales que se convierten en un camino. Después llegas tú y recoges las piedras y los cadáveres de insectos que dejó. Nunca creo que vaya a encontrar caracolas ni libélulas ni esqueletos de estrellas amorosamente colocados en los márgenes. Sería impropio. Otras veces no hay nada. Sólo la intuición leve de que alguien antes pasó por ahí. No lo dices por los rastros o por esos jirones de tela que aparecen como en las películas -prendidos de un matorral- para que el detective tire del hilo. La realidad es distinta: nada. Una nada que me atrevería de calificar como maravillosa, si no fuera porque esa palabra agrede por cursi y bienintencionada. Pero tampoco lo es en sentido estricto, es heladora, tiene el mismo sonido de las heridas cuando las capas de piel se abren y dejan verter la sangre; es un roto en el tiempo y supongo que el tiempo sangrará sus propios líquidos que serán corrosivos y densos como él.
Pero sí, escribir es seguir la escritura de otros. Que nadie piense en plagio. Una escritura siempre empieza en otra, se apoya en ella para seguir contando, investigando, rascando con el palo el fondo del pozo. La que no lo hace no tiene interés para mí. Una escritura aislada ofrece una visión aislada del mundo. Al final queremos palabras que nos nombren y nos descifren. Para eso vale todo esto. La posibilidad de continuación es algo sublime. Yo he seguido a Proust por sus caminos. Le he visto de espaldas contra la luz de la tarde. Me he escondido detrás de los árboles que él tocaba, simplemente por el pudor de no ser visto. Estuve con Mann en su balneario. También con Coetzee en un barrio de Johanesburgo en el que pasé miedo. Con Ford, con Cortázar, con Bioy, con Nabokov, con Pamuk, con Zweig. Cada uno de ellos hizo un camino (¿o quizá todos el mismo?) que nos espera. Nadie escribe en el aire. Todos despegamos en las pistas que construyeron otros. Que la vanidad escuche bien estas palabras. Que no se ponga la mano en la cara o mire hacia otro lado. Es imposible escribir en el aire, hay que completar la cadena. El río que no cruzó Dante lo cruzará otro que ya está poniendo piedras que hagan de puente. Una fila. Un legado. Una premonición que se extiende más allá de todo lo que conocemos. Las manos escriben. Lo hacen con una determinación que prende fuego a la oscuridad. A más palabras, más luz: siempre ha sido ése el trato.

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