1/3/10

Ya había leído otras cosas de Marías, pero Negra espalda del tiempo fue el libro que me abrió los ojos. No es una novela ni quizá una autobiografía, es un ajuste de cuentas. Marías lo consiguió. Lo que podía haber sido una carta airada o una llamada telefónica llena de insultos se convirtió en un libro fundacional que se abre por mil sitios y que desemboca en la propia y oscura espalda del tiempo. Las afrentas tienen su propio sonido, un rechinar de hierros, una explosión sorda que camina con nosotros y nos recuerda que estamos hechos de ese jugo amargo que nos nombra. Convertir todo eso en literatura es un prodigio al alcance de pocos. Su uso de la primera persona, tan desconcertante al principio, tan impúdico y que obliga casi a leer con el libro alejado para que nada salpique. Todo eso es el camino que abre Marías para llevarnos de la mano por su propio mundo que es el de todos. Algunos días contemplo la espalda de mi tiempo. Miro sus cicatrices, los ríos de vergüenza que esconde. Las ciudades improvisadas que tuve que construir para resguardarme de infamias propias o ajenas. Los caminos borrados. La gente que desapareció tras una colina y que dejó un rastro tenue para que no les siguiera. Todos están allí, formando un mapa en clave que recorro a diario. Escribir te da una segunda oportunidad. Todas las palabras que no podemos decir en el momento a los que nos gustaría dejar a la altura del polvo vienen a nuestro encuentro cuando dejamos de callar y actuamos sobre un papel. Lo que no se dice no existe. En otro de sus libros, Marías se desdice y se cuestiona la necesidad de contar. Quizá muestra el agotamiento que siente todo escritor al comenzar a contar. ¿Para qué sirve contar? Las palabras nos arrastran. Antes de empezar a contar no hay dudas, sólo silencio, normalidad. El que cuenta desbarata y empuja. Hay que seguirle. Su historia pasa a pertenecernos y nos obliga a tomar su bandera y amar su causa. Si no se contara, si se eligiera el silencio no habría malentendidos. Porque también contar es contradecir, rehacer, interpretar. No es la verdad lo que se nos ofrece. Es parcialidad. Lo propio elevado a universal. ¿Y por qué fascina que alguien cuente? Quizá el silencio sea más aterrador que ese barullo y a él nos aferremos para que su ruido nos confunda y nos lleve fuera de nosotros.
Los ajustes de cuentas purifican. Cuando cada mañana me siento delante de mis días me hago las mismas preguntas y luego mis dedos me ofrecen sus respuestas. No invento nada. Nada cambio. Lo que se hizo está hecho. Sólo al contar vuelvo a escribir mi propia historia en los términos que considero justos. Mi esponja restriega la roña de la espalda de mi tiempo. Me dejo los dedos, pero estoy seguro que su piel arde más.

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